Dos millones atestiguan un día histórico
■ El cambio tiene que venir de abajo, de movimientos sociales, no de una elección: intelectuales
■ Bush se despide entre abucheos y Cheney se va en silla de ruedas por una lesión en la espalda
Washington, 20 de enero. Se escuchaban olas de sonido, cada una rompiéndose sobre monumentos a lo largo del gran parque al centro de esta capital, el Mall, desde el obelisco del monumento a Washington hasta las escalinatas del Capitolio: “Obama, Obama, Obama”.
El mar de la humanidad brillaba en el frío (unos 2 o 3 grados centígrados bajo cero) asoleado, resplandeciente, con alegría, con lágrimas, con miles de “no lo puede creer”, con memorias de luchas, golpizas, encarcelamientos, asesinatos y la ira digna que hizo esto posible. Veteranos del movimiento de derechos civiles como Jesse Jackson y el representante John Lewis, que acompañaron al reverendo Martin Luther King, recordaban todo ello. Hablan de una redención.
“Sí se pudo”, corearon después de escuchar el juramento y el discurso del presidente Barack Hussein Obama. Él les habló de tiempos difíciles, y de la fortaleza, millones expresaron su hambre por un cambio, y le regalaron sus esperanzas.
Hoy se logró parte de ese cambio. Y se escribió una nueva página de la historia de este país, pase lo que pase de hoy en adelante. Pero el día le pertenecía a lo que el Washington Post calculó en unos 2 millones de todo tipo de gente, de todas las esquinas de este país, que llegaron aquí para ser testigos de esta historia. Algunos hasta con esperanzas de ser parte de esta historia.
Había estrellas por todas partes: Bruce Springsteen llega a buscar su lugar frente al Capitolio junto con su esposa, provocando gritos por donde pasaba; Spike Lee mostraba su felicidad, también Usher y otros que habían cantado y participado en el concierto del domingo pasado.
Y también voces heroicas desde el extranjero que elogian el cambio. Desde Sudáfrica, Nelson Mandela envió un mensaje a Obama para alabarlo como “una nueva voz de esperanza” para el mundo. “De cierta manera nos recuerda la excitación y entusiasmo en nuestro país en el tiempo de nuestra transición a la democracia”, escribió en su carta que se le entregó a Obama hoy.
Pero este día pertenecía sobre todo a quienes habían viajado de diversos puntos del país, entre ellos latinos de origen mexicano que llegaron desde Los Ángeles, Cleveland, Florida, Carolina del Sur, Illinois y Nueva York, los que en el instante que ganó Obama tomaron la decisión de llegar a esta capital el 20 de enero para ver esto, como también los cientos de miles que de alguna manera contribuyeron a esta victoria y esta era su hora de ver los frutos de su trabajo, casi siempre anónimo.
Y sobre todo, fue un día con un significado monumental para los afroestadunidenses, que entre lágrimas y risa, celebración y sorpresa dieron otra cara a esta capital, una que había estado desde su origen en manos manchadas de sangre negra, y de tantos otros pueblos “minoritarios”. Pero aunque aún estaba a debate si esto representaba un paso hacia una sociedad “posracial” o no, sí cambiaba la conversación nacional.
“Les dije que llegaríamos aquí, y aquí estamos. Hasta logramos traer a tu mamá. ¿No que no? Aquí estamos”, le dice un afroestadunidense a su hijo adolescente. A miles de niños se les recuerda a cada rato de que “estás ante la historia”. Al tomar su juramento, una mujer grita: “es tiempo de Obama”, una sonrisa enorme en un rostro cubierto de lágrimas.
Ex pandilleros, jóvenes fresas, “latinos por Obama” coreando “sí se puede” en español, y árabes, africanos (aquí participaron en las festividades un coro de jóvenes llegados desde Kenya para celebrar a su paisano). Hip hoperos, profesores, artistas, sindicalistas, gays, indígenas, jóvenes, y toda una gama de la sociedad estadunidense que ya no aguantaba un día más de Bush.
Progresistas como Howard Zinn y Amy Goodman, quien esta noche realizaba una gala donde con sus colegas se habla de que el cambio tiene que provenir desde abajo, de movimientos sociales, no de una elección, tan histórica como esta. Hay más fiestas y galas no oficiales por toda la ciudad, y en las calles todo mundo disfruta del fin de la era Bush, así como del inicio de algo nuevo.
Sin embargo, esta elección también ha provocado nuevos peligros, de sectores racistas y ultraderechistas de todo tipo que han intensificado sus amenazas en sitios de Internet, en conversaciones privadas, algunas de las cuales han llamado la atención de las autoridades. En los últimos días se ha reportado un incremento en el volumen de amenazas contra Obama, según las autoridades, e incluso se investigan algunas que hablan de atentados contra el nuevo presidente. O sea, no todo ha cambiado.
Pero sí había indicios de un cambio con un poco de justicia poética: Bush recibido en su último acto como presidente, la toma de posesión de Obama, con abucheos y la noticia de que su aún más odiado vicepresidente Dick Cheney se lastimó la espalda al empacar y mover cajas de la mudanza y está en una silla de ruedas.
Y que en la Casa Blanca esta noche hay alguien que le gusta celebrar, bailar, y hasta salir tarde (Bush era famoso por su preferencia de irse a dormir antes de las 10 de la noche). O sea, sí habrá un nuevo ritmo en esta ciudad.
Algunos aquí comentan que mucho dependerá no sobre Obama en sí, sino sobre si las fuerzas que lo eligieron logran que cumpla con su promesa de un “cambio”. Unos recuerdan una anécdota de que cuando Franklin Roosevelt se reunió con líderes reformistas poco después de su toma de posesión, le presentaron lo que deseaban que promoviera, y el nuevo presidente les respondió: “estoy de acuerdo con ustedes. Yo lo quiero hacer. Ahora, oblíguenme a hacerlo”.
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