Los presidentes y la religión
Francisco Gómez (Padre Paco)
1. Cuando Vicente Fox, en su toma de posesión como Presidente de la República, utilizó símbolos religiosos propios de la Iglesia católica, fue duramente criticado no sólo por quienes defienden la laicidad del Estado mexicano, sino por personas pertenecientes a agrupaciones religiosas no católicas. Nuestro país, marcado por una peculiar historia político-religiosa, no tolera ese tipo de manifestaciones en nuestros funcionarios públicos.
2. No sucede así en otras latitudes. En casi todos los países de América del Sur es costumbre el canto del Te Deum, oración presidida por el obispo de la ciudad capital, casi siempre cardenal, y con la que se le agradece a Dios el triunfo del nuevo presidente, quien asiste ataviado con sus mejores galas a la celebración religiosa, y se hace acompañar no sólo de su familia, sino de sus más cercan@s colaborador@s.
3. El pasado martes tuvimos otra expresión semejante. Barack Obama, el 44 presidente de los Estados Unidos, no sólo asistió a un servicio religioso antes de iniciar las actividades propias de su toma de posesión, sino que juró sobre La Biblia y recibió la bendición de un ministro de culto. El nuevo presidente, con antecedentes musulmanes, está bautizado en una Iglesia cristiana, y sostiene que sus convicciones religiosas le ayudarán como presidente.
4. ¿Será que esos países son más avanzados que nosotros en materia político-religiosa? ¿Tendríamos que ver con más naturalidad, por ejemplo, la presencia del presidente Calderón en la inauguración del Encuentro Internacional de las Familias, en la que hizo ostentación de su catolicismo? Las críticas a esa presencia: ¿reflejan el añejo anticlericalismo de nuestra opinión pública o tienen otro sustento?
5. Nuestra realidad, diferente a la de América del Sur y a la de los Estados Unidos, nos ha enseñado dos cosas en este espinoso terreno: en primer lugar, que un Presidente de la República, sin negar su propia filiación religiosa, debe tener la suficiente capacidad para no herir a las otras confesiones y, por otra parte, que es muy fácil utilizar al elemento religioso como una garantía de la eficiencia en la administración pública.
6. Un primer mandatario, entonces, debe cuidar las formas –que en política son el fondo– para, sin renunciar a las creencias personales, no afectar la sensibilidad religiosa de otros credos que, como en el caso mexicano, se sienten discriminados ante una Iglesia mayoritaria como la católica. Con toda razón, fieles evangélicos se lamentaron de la pública profesión de fe que hizo el presidente Calderón en el citado encuentro.
7. Pero más peligrosa aún es la utilización que se hace del elemento religioso para darle un valor agregado a la gestión pública. Resulta paradójico pues, si un presidente hace alarde de su religiosidad, su manifestación más que acarrearle posibles simpatías le añade un compromiso mayor: si Calderón y Obama presumen de sus raíces cristianas, tendrán que manifestarlas con hechos, no sólo con rituales litúrgicos.
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