Confesiones de una presidencia infernal
La presencia de México en la edición 2009 del Foro de Davos tuvo un tono apocalíptico. Se habló de “jinetes en la tormenta” (alusión al equipo económico del actual gobierno), de que la oposición es la gloria y el gobierno un infierno (por más que la oficina de prensa de Los Pinos haya tratado de desmentir a la traductora, el contexto apocalíptico de la reunión dejó sin efecto el desmentido), de pulmonías económicas, de magic spikers para evitar resbalones en la nieve y de “sentir el calor de los amigos” en el Armagedón económico con un taza de chocolate mexicano bien caliente.
De todas estas alegorías invernales e infernales abordemos una: aquella que considera que estar en la oposición es la gloria, mientras que estar en el gobierno sería el infierno. “Qué se siente lidiar con la oposición?, preguntó el ex presidente Zedillo a Calderón: Bueno, debo decir que me siento muy cómodo. Alguien dijo que estar en la oposición es como estar en el cielo, pero cuando estás gobernando estás en el infierno…, ahora lo comprendo mejor a usted”.
¿Estar en la oposición es como estar en el cielo?
Esta afirmación sólo es válida para la llamada “oposición leal”. Es decir, para aquella que cuestiona al gobierno, pero no lo encara; critica, pero no invalida; aprieta, pero no ahorca; emplaza, pero no desplaza; propone, pero no dispone; veta por principio, pero vota por fundamento; malévola por fuera, maleable por dentro; rebelde de forma, domesticada de fondo. Es leal porque es institucional, gradual y bien portada. Su lucha es por, para y desde las mullidas instituciones públicas. Plantea la evolución, no la revolución. El cambio, no la transformación. Su mundo gira en torno a lo electoral y a lo legislativo. Y está en el cielo porque recibe presupuesto público por ser como es: una oposición cómoda y a modo, con la cual se puede incluso alternar el poder.
Pero en este país desigual hay otro tipo de oposición que ha estado o está en el infierno de la “guerra sucia”, en el averno de los crímenes y desapariciones políticas, en las tinieblas de la persecución judicial y el encarcelamiento político, en el pecado de la protesta social y en el orco de la descalificación mediática. En comparación con la oposición celestial, ésta es una oposición no domesticable, no masticable y no ingerible para muchos. Desde el poder, esta oposición ciertamente se puede confundir con el diablo mismo, porque busca la diferenciación no la homologación; la polarización, no la pasteurización política y porque manda al infierno a esas instituciones que están hechas para burocratizar la protesta, para neutralizar la transformación y para conservar, no para modificar, el statu quo.
¿Gobernar es un infierno?
Para quien no esté preparado, en efecto, gobernar es un infierno. La rectificación del comunicado de prensa de Los Pinos, sustituyendo la palabra “infierno” por “la tierra” y “el suelo”, confirman la alegoría. En efecto, el ejercicio del poder puede mandar al suelo a quien mal gobierne; lo puede hacer morder el polvo o ponerlo de cabeza con los pies al cielo. Justo esas son las descripciones del vértigo, del mareo y del aturdimiento: “Trastorno del sentido del equilibrio caracterizado por una sensación del movimiento rotatorio del cuerpo o de los objetos que lo rodean; sensación producida por una impresión muy fuerte; apresuramiento anormal de la actividad de una persona o colectividad” (RAE).
Por otra parte, la expresión “gobernar es el infierno” no es privativa de Felipe Calderón. Uno de los primeros en utilizarla fue Herbert Hoover, casualmente el presidente de Estados Unidos que tuvo que lidiar en 1929 con la crisis económica de “la gran depresión”. “Psicológicamente, Hoover estaba mal dotado para las exigencias peculiares de la vida política. Todavía era tímido, estaba lejos de tener facilidad de palabra, y era cualquier cosa excepto una figura pública dinámica; era propenso a preocuparse y sensible a la crítica… Habría encontrado difícil su posición incluso en tiempos más prósperos. No debe asombrarnos que al final de su periodo haya rezongado: ‘Este puesto (presidente de EU) es el infierno mismo’”. El republicano Hoover entregaría el poder al demócrata Franklin D. Roosevelt (Richard Hofstadter, La tradición política norteamericana y los hombres que la formaron, FCE, México, p. 280).
Hace poco más de dos años, López Obrador mandó “al diablo” a las instituciones que participaron en uno de los comicios más controversiales de la historia. Hoy, desde Davos, nos corroboran que, en efecto, la más representativa de esas instituciones se ubica en el infierno, y que el averno se localiza aquí entre nosotros, en la tierra, debajo del suelo, tal como lo advertían nuestros abuelos. ¿Son las confesiones de una presidencia infernal?
Nota: La presidencia resulta un infierno para quien creía que todo iba a ser miel sobre hojuelas, que al cabo tenía el apoyo de los grandes, la oposición (léase lopezobradorismo, que la otra oposición a modo ni cosquillas hace) iba a ser una piedra en el zapato por unas cuantas semanas y se iría diluyendo de manera natural. Así como le resultó un infierno a Fox que pensaba (?) que el bono de sacar al PRI de los Pinos le iba a durar todo el sexenio y él lo que quería (y lo hizo) fue seguir en campaña los seis años completos, cosa debidamente comprobada, por si hiciera falta, con sus declaraciones últimas. Pues sí, para quien espera las mieles del poder resulta un infierno probar las hieles del fracaso, ¡provechito, Calderón! tú te lo buscaste.
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