¿Por quién votar?
María Elena Padilla
Saber por quién votar es, en ocasiones, fácil. En la reciente contienda electoral de E.U., si yo hubiera sido ciudadana norteamericana, habría votado sin dudar un segundo por Obama. No sólo eso; habría asistido a sus mítines, participado en su campaña, promovido el voto a su favor. Más allá de las posibilidades de su discurso, sólo los muy obnubilados o los defensores de intereses inconfesables, como el ilegítimo de Los Pinos, que cabe en ambas categorías, podrían aceptar como deseable otra administración republicana. Con todos los asegunes, el mundo respiró aliviado con el triunfo de Barak. Lo que venga después ya es otra cosa.
Cuando en México no había más que dos sopas, PRI y PAN (los partiditos satélites y paleros no contaban), no emitir sufragio era el único camino para expresar tu descontento o repudio al régimen existente ya que por el PRI ni en sueños y por el PAN ni en mis peores pesadillas.
A partir del surgimiento de partidos de izquierda hubo la opción de votar por candidatos del PCM, el PSUM, el PMT o el FDN, para concluir votando por el PRD desde la fundación de éste. Así, sin ver, por default, emulando la generosidad de Heberto Castillo, fuimos entregándonos al PRD en cada elección aún cuando no fuéramos miembros de él. Por principio, porque aglutinaba a nuestros viejos amigos, compañeros, camaradas; porque era la expresión por cauces legales de las viejas luchas. Año tras año electoral le fuimos fieles. Así fue en el 2000; cuando muchos sucumbieron ante la engañifa del voto útil para sacar al PRI de Los Pinos, para muchos otros nos era claro que esa ganancia se anulaba al abrir la caja de Pandora que significaba meter al PAN a la presidencia. Muchos celebraron aquel julio del 2000, yo lloré a moco tendido. Desgraciadamente el tiempo demostró el alto costo de la administración protagonizada por el sin seso de Fox.
Luego vino el 2006, de triste memoria por las condiciones adversas e injustas en que se desarrolló la contienda, consecuencia de tener al PAN en el poder. Nuevamente fue para mí igual de fácil decidir por quién votar.
Pero justamente a partir de lo que pasó y sigue ocurriendo, confieso que cada vez me es más difícil resolver, sobre todo a nivel local: ¿Por quién votar? ¿Por un PRD que con Arguijo a la cabeza invita a Mauricio y a Maderito, conspicuas figuras panistas de la localidad? ¿Tendremos que voltear la cabeza hacia el PT, esperando que postule a alguien consecuente con las aspiraciones y los intereses de los sectores más vulnerables de la población y no se vaya con figurones de relumbrón como lo ha hecho en ocasiones anteriores? ¿Por Convergencia que a nivel nacional está dentro del FAP pero localmente nada de nada? ¿Por el PSD a pesar del papel que jugó durante el proceso electoral del 2006 y que durante el movimiento por la defensa del petróleo se mantuvo calladito y bien portado haciendo como que la virgen le hablaba? ¿Servirá de algo votar y llevar al menos a algunos a las Cámaras para que representen la posición de la izquierda? ¿La representarán? ¿Y si el que llega es un chucho y se alía al PRI o al PAN?
Las elecciones son procesos en donde el fin ha justificado los medios, por lo que los protagonistas –en su inmensa mayoría- han estado dispuestos a ceder sus principios (si es que los tienen) a cambio de acciones turbias pero redituables en número de sufragios. El distanciamiento entre funcionarios “electos” y los ciudadanos es evidente; aquéllos –supuestos representantes de éstos- realmente se representan sólo a sí mismos, a su grupo, fracción y partido.
Entonces, ¿qué hacer cuando no hay candidatos que satisfagan los intereses o necesidades de la ciudadanía? ¿Hay que votar por el menos malo, con tal de que no gane el peor? ¿Hay que votar a conciencia y según los ideales del candidato que se identifiquen con los propios, aunque eso signifique en la práctica un voto desperdiciado por no tener probabilidades de triunfo? ¿Hay que votar anulando nuestro voto? ¿Hay que acudir a la casilla y dejar la boleta en blanco? ¿Hay que abstenerse de participar en un proceso en el que no se tiene confianza?
Soy una convencida de que el del voto es un derecho que debe ser ejercido. No es absteniéndonos como las cosas van a cambiar; si así fuera hace décadas que seríamos distintos ya que el auténtico ganador de elecciones en nuestro país ha sido el abstencionismo. Hacer a un lado el derecho al voto es una traición a nosotros mismos como depositarios del producto de las luchas para conseguirlo. A pesar de los tiempos de confusión, y precisamente por ello no podemos dejarles el poder de decisión a otros.
Recibí un mail donde se promueve el voto en blanco (incluso hay un sitio en internet llamado así) como una manera de expresar el repudio de la población a las elecciones, a los políticos, a la política. No deja de ser poética la idea, seguramente inspirada en la obra de Saramago. Sin embargo, en nuestra realidad mexicana el voto en blanco correría el riesgo de ver violada su pureza al ser llenado a modo en las casillas donde no hubiera representantes de todos los partidos o incluso donde éstos se pusieran de acuerdo. Es decir, la protesta honrada del voto en blanco se perdería en el hoyo de la tentación de cualquier partido por incrementar su votación.
El derecho al voto, es a fin de cuentas un derecho. Cada quien puede decidir ejercerlo o no. Como cada uno puede decidir dejar de fumar o volverse vegetariano. Son decisiones personales que –por ventura o no- tienen repercusiones desde nuestro círculo cercano y familiar hasta abarcar núcleos sociales más o menos importantes, todo depende de la clase de decisión y de derecho que decidamos ejercer o dejar de ejercer. Nuestro país apenas se asoma a la democracia, dejar de ejercer derechos democráticos es peligroso, porque dejamos libre el paso al enemigo. Porque los que están del otro lado, los que no quieren la democracia es justamente lo que buscan. Cuando dejas de ejercer un derecho, los adversarios ganan espacios que luego habrá que luchar para arrebatárselos de nuevo. Es dar pasos atrás dejando huecos que serán llenados por otros. ¿Por qué perder lo que ya tenemos ganado?
Dígalo si no, por ejemplo, la pérdida de laicidad del Estado en donde la derecha avanza a rajatabla, y por convencimiento o apatía les dejamos hacer. Lo mismo podemos decir de la militarización implementada por el presente gobierno, que grandes sectores sociales no sólo no cuestionan sino aplauden gracias a que se han dejado convencer por el discurso gubernamental. O que tal los derechos laborales que por las buenas o por las malas los trabajadores se han dejado arrebatar. Ejemplos sobran.
Me ha tocado platicar con no pocas personas que se encuentran en igual estado de confusión ante el próximo proceso de elecciones. La evidencia de que el voto útil sólo puede elegir entre la derecha corrupta y la derecha corrupta y mojigata es algo que –afortunadamente- ya no deja satisfechos a muchos.
Fácil o no, habrá que buscar la forma de expresar nuestro repudio al sistema político electoral actual sin que esto signifique pérdida de ciudadanización, esto es, sin que tengamos que dejar de lado las prácticas que nos conllevan a ser sujetos activos y responsables del cambio social . Y el voto es una de ellas.
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