Para que la cuña apriete |
19 Feb. 09, El Norte
Cuando el régimen político mexicano cambió en el 2000, una buena parte de los ciudadanos y de observadores extranjeros consideró que se abría una singular oportunidad para poner al día al país en todas aquellas cuestiones relacionadas con el ejercicio del poder público.
Suponían que el fin del régimen de partido de Estado y de la Presidencia imperial más el inicio del pluralismo democrático traerían aparejadas una administración y una impartición de justicia menos corrupta y más eficiente, el fin de la legendaria impunidad y un ejercicio responsable de la autoridad. Ese mejor gobierno tendría un efecto positivo en la seguridad pública y mejoraría el clima económico, etcétera.
A nueve años del "gran cambio", muy poco si es que algo de lo esperado se ha cumplido. El "no nos falles" que los ciudadanos corearon frente a Vicente Fox la noche de su victoria en el Monumento a la Independencia se convirtió en una falla monumental. Hoy, cuando la economía decrece y el desempleo crece, la impunidad de corruptos e ineficaces se afianza y los asesinatos atribuibles al crimen organizado suman más de 900 en menos de dos meses, el IFE ya no garantiza elecciones creíbles y el viejo PRI prepara su retorno al centro del poder, la gran pregunta es ¿qué fue lo que llevó tan rápido a un fracaso tan estrepitoso?
Miedo a gobernar
La interrogante en torno al fracaso del nuevo régimen mexicano casi al momento mismo del arranque puede tener un abanico de respuestas. Desde la izquierda, por ejemplo, el corazón del problema está en el modelo económico neoliberal combinado con la resistencia de sus beneficiarios -la derecha y sus apoyos en el PRI y el PAN- a llevar a cabo un proceso electoral genuino por temor a que desemboque en un gobierno que incline la balanza en favor de las mayorías y abra los clósets donde están los esqueletos del Fobaproa, de las privatizaciones o de la Guerra Sucia.
Otra posible respuesta es la que da Carlos Arriola en "El miedo a gobernar. La verdadera historia del PAN" (México, Océano, 2008). En este libro, la clave del fracaso de la transición está en la naturaleza contradictoria del partido hoy en el poder.
Como bien lo señala el refrán: "para que la cuña apriete ha de ser del mismo palo". Pocos son más duros con un partido o ideología que sus antiguos militantes que, además, tienen una ventaja al elaborar su crítica: conocen bien los entresijos de la criatura a la que hacen la disección.
Arriola conoce al PAN desde dentro porque en su juventud fue militante de ese partido, pero con el correr del tiempo se alejó de él. También conoce a uno de los aliados del PAN, a los empresarios, pues publicó: "Los empresarios y el Estado, 1970-1982" (México, Porrúa, 1988).
La tesis central de "El miedo a gobernar" es clara: si los gobiernos del PAN con los que México inauguró su siglo 21 político no han tenido éxito, la razón básica se encuentra en los orígenes mismos de ese partido que al momento de nacer no se decidió a aceptar lo obvio: que la naturaleza de la tarea política a la que se iban a lanzar es justamente esa que Maquiavelo o Max Weber demostraron que es incompatible con la moral en la tradición cristiano-occidental.
Para Arriola, Weber está en lo justo al advertir: "Quien busque la salvación de su alma y la redención de las ajenas, no debe seguir los caminos de la política, cuyas metas son distintas y sus éxitos sólo pueden ser alcanzados por medio de la fuerza". Los panistas buscaron combinar la salvación de su alma con la salvación política del país, pero se negaron a emplear los medios moralmente reprobables que requería esto último.
Origen es destino, dice Arriola. Sin embargo, el fundador del PAN que retrata nuestro autor no pareciera ser alguien particularmente ajeno al ejercicio del poder en el sentido propuesto por Weber. Justo al inicio del libro hay una cita del joven Manuel Gómez Morín donde en 1919 admite que, por un lado, le tienta el "lanzarme como profeta del nuevo mundo, alumbrado por el sol de la Unión Soviética", pero, por el otro, no descartaba la posibilidad de "dedicarme a ser rico, navegando en los negocios con bandera de pen..., la única que salva en este oficio".
Obviamente, pronto desechó la posibilidad de acompañar a su contemporáneo Vicente Lombardo Toledano en su deslumbramiento por el sol soviético. Su biografía muestra que más bien se decidió por la otra opción: combinar los negocios -el servicio a los grandes empresarios- con la política. Sin embargo, en este campo fue realista: aunque con reticencia, acompañó como tecnócrata al régimen revolucionario en su primer tramo del camino y en una coyuntura clave -1929- optó por no jugársela con José Vasconcelos.
Al final del cardenismo, Gómez Morín fundó el PAN, que pese a su nombre más pareció un grupo de presión de la derecha ilustrada que un partido propiamente dicho, pues la esencia del partido es empeñarse en alcanzar el poder en tanto que el segundo sólo pretende influir en las decisiones del poder.
Menos ambigua aparece la otra figura fundadora del panismo: la de Efraín González Luna, militante católico de Jalisco cuya visión del mundo le llevó a ver la esencia de su labor y de su partido en el esfuerzo por recristianizar a México, desechando la vulgar búsqueda del poder o de negociar ventajas concretas con quienes efectivamente lo ejercían.
La consecuencia final, según Arriola, fue que el PAN resultó bastante irrelevante en el proceso político real del México posrevolucionario. Para el grueso de los mexicanos, que obviamente no pertenecían a las clases medias ilustradas de los Gómez Morín, González Luna et. al., poco o nada significaron las intensas discusiones de panistas ilustres con sus afines -como las que tuvieron lugar en el Primer Congreso Nacional de Cultura Católica de 1953-, tampoco sus campañas electorales tuvieron mucho que ver con el México real de la época.
Claro que lo que el autor de "El miedo a gobernar" dice del PAN a mediados del siglo pasado también se puede decir de la izquierda, especialmente de la lombardista y de su Partido Popular. PAN y PP sirvieron para dar apariencia de pluralidad a un régimen autoritario y cada vez más alejado de sus orígenes revolucionarios.
Arriola encuentra en la negativa del PAN a practicar la política de fondo -la de Maquiavelo o Weber- la razón de su irrelevancia. Habría que añadir a la timidez de los políticos de tiempo parcial del PAN, el elemento de autoritarismo, de represión, del régimen del PRI -ese partido para cuyos líderes la moral, en palabras de Gonzalo N. Santos "es un árbol que da moras y sirve para..."- y que no pararon mientes en diseñar magnos fraudes electorales y en asesinar a vasconcelistas en Topilejo o a sinarquistas y otros disidentes en León. Los panistas estaban, quizá, para la "brega de eternidades", pero no para el martirio.
El PAN en el poder
Finalmente, ¿cómo explicar que un partido sin vocación de poder haya derrotado en el 2000 a un partido de políticos seguidores de Maquiavelo, con experiencia de casi un siglo en el poder -desde Carranza- como eran los del PRI?
Arriola explora dos vías. De un lado, el ascenso a la Presidencia en 1994 de Ernesto Zedillo, un tecnócrata que en los hechos no era priista. Del otro, la toma del PAN por un no panista: Vicente Fox. El primero no consideró perder nada si perdía el PRI, el segundo, con sed de triunfo y apoyado por los empresarios, vio en el PAN un mero instrumento para llegar al poder. Zedillo y Fox resultan complementarios. El uno no se explica sin el otro; fueron dos capitanes dispuestos a abandonar sus respectivas naves partidistas, salvarse con ello y plantar a los demás.
¿Por qué los duchos políticos del PRI no reaccionaron a la traición de Zedillo? Arriola no ahonda en ese misterio porque lo que le importa dilucidar es por qué el PAN se dejó utilizar por Fox. La respuesta sucinta: porque el miedo de los panistas a cargar con la responsabilidad del poder les llevó a permitir que otro hiciera por ellos el trabajo sucio, como lograr vía "Amigos de Fox" los recursos económicos ilegales, pero necesarios para enfrentar con éxito los recursos, también ilegales ("Pemexgate"), del PRI partido de Estado. El resultado fue un gobierno de irresponsables y fracasó.
El enfoque y trabajo de Arriola contribuye con una pieza importante a la explicación del desastre en que ha desembocado el gran proyecto democrático del 2000. Por otro lado, al examinar al PAN vuelve a plantear un tema de fondo, inquietante y sin respuesta clara: ¿realmente para hacer buena política se tiene que suponer que la moral es sólo un árbol que da moras y nada más?
Suponían que el fin del régimen de partido de Estado y de la Presidencia imperial más el inicio del pluralismo democrático traerían aparejadas una administración y una impartición de justicia menos corrupta y más eficiente, el fin de la legendaria impunidad y un ejercicio responsable de la autoridad. Ese mejor gobierno tendría un efecto positivo en la seguridad pública y mejoraría el clima económico, etcétera.
A nueve años del "gran cambio", muy poco si es que algo de lo esperado se ha cumplido. El "no nos falles" que los ciudadanos corearon frente a Vicente Fox la noche de su victoria en el Monumento a la Independencia se convirtió en una falla monumental. Hoy, cuando la economía decrece y el desempleo crece, la impunidad de corruptos e ineficaces se afianza y los asesinatos atribuibles al crimen organizado suman más de 900 en menos de dos meses, el IFE ya no garantiza elecciones creíbles y el viejo PRI prepara su retorno al centro del poder, la gran pregunta es ¿qué fue lo que llevó tan rápido a un fracaso tan estrepitoso?
Miedo a gobernar
La interrogante en torno al fracaso del nuevo régimen mexicano casi al momento mismo del arranque puede tener un abanico de respuestas. Desde la izquierda, por ejemplo, el corazón del problema está en el modelo económico neoliberal combinado con la resistencia de sus beneficiarios -la derecha y sus apoyos en el PRI y el PAN- a llevar a cabo un proceso electoral genuino por temor a que desemboque en un gobierno que incline la balanza en favor de las mayorías y abra los clósets donde están los esqueletos del Fobaproa, de las privatizaciones o de la Guerra Sucia.
Otra posible respuesta es la que da Carlos Arriola en "El miedo a gobernar. La verdadera historia del PAN" (México, Océano, 2008). En este libro, la clave del fracaso de la transición está en la naturaleza contradictoria del partido hoy en el poder.
Como bien lo señala el refrán: "para que la cuña apriete ha de ser del mismo palo". Pocos son más duros con un partido o ideología que sus antiguos militantes que, además, tienen una ventaja al elaborar su crítica: conocen bien los entresijos de la criatura a la que hacen la disección.
Arriola conoce al PAN desde dentro porque en su juventud fue militante de ese partido, pero con el correr del tiempo se alejó de él. También conoce a uno de los aliados del PAN, a los empresarios, pues publicó: "Los empresarios y el Estado, 1970-1982" (México, Porrúa, 1988).
La tesis central de "El miedo a gobernar" es clara: si los gobiernos del PAN con los que México inauguró su siglo 21 político no han tenido éxito, la razón básica se encuentra en los orígenes mismos de ese partido que al momento de nacer no se decidió a aceptar lo obvio: que la naturaleza de la tarea política a la que se iban a lanzar es justamente esa que Maquiavelo o Max Weber demostraron que es incompatible con la moral en la tradición cristiano-occidental.
Para Arriola, Weber está en lo justo al advertir: "Quien busque la salvación de su alma y la redención de las ajenas, no debe seguir los caminos de la política, cuyas metas son distintas y sus éxitos sólo pueden ser alcanzados por medio de la fuerza". Los panistas buscaron combinar la salvación de su alma con la salvación política del país, pero se negaron a emplear los medios moralmente reprobables que requería esto último.
Origen es destino, dice Arriola. Sin embargo, el fundador del PAN que retrata nuestro autor no pareciera ser alguien particularmente ajeno al ejercicio del poder en el sentido propuesto por Weber. Justo al inicio del libro hay una cita del joven Manuel Gómez Morín donde en 1919 admite que, por un lado, le tienta el "lanzarme como profeta del nuevo mundo, alumbrado por el sol de la Unión Soviética", pero, por el otro, no descartaba la posibilidad de "dedicarme a ser rico, navegando en los negocios con bandera de pen..., la única que salva en este oficio".
Obviamente, pronto desechó la posibilidad de acompañar a su contemporáneo Vicente Lombardo Toledano en su deslumbramiento por el sol soviético. Su biografía muestra que más bien se decidió por la otra opción: combinar los negocios -el servicio a los grandes empresarios- con la política. Sin embargo, en este campo fue realista: aunque con reticencia, acompañó como tecnócrata al régimen revolucionario en su primer tramo del camino y en una coyuntura clave -1929- optó por no jugársela con José Vasconcelos.
Al final del cardenismo, Gómez Morín fundó el PAN, que pese a su nombre más pareció un grupo de presión de la derecha ilustrada que un partido propiamente dicho, pues la esencia del partido es empeñarse en alcanzar el poder en tanto que el segundo sólo pretende influir en las decisiones del poder.
Menos ambigua aparece la otra figura fundadora del panismo: la de Efraín González Luna, militante católico de Jalisco cuya visión del mundo le llevó a ver la esencia de su labor y de su partido en el esfuerzo por recristianizar a México, desechando la vulgar búsqueda del poder o de negociar ventajas concretas con quienes efectivamente lo ejercían.
La consecuencia final, según Arriola, fue que el PAN resultó bastante irrelevante en el proceso político real del México posrevolucionario. Para el grueso de los mexicanos, que obviamente no pertenecían a las clases medias ilustradas de los Gómez Morín, González Luna et. al., poco o nada significaron las intensas discusiones de panistas ilustres con sus afines -como las que tuvieron lugar en el Primer Congreso Nacional de Cultura Católica de 1953-, tampoco sus campañas electorales tuvieron mucho que ver con el México real de la época.
Claro que lo que el autor de "El miedo a gobernar" dice del PAN a mediados del siglo pasado también se puede decir de la izquierda, especialmente de la lombardista y de su Partido Popular. PAN y PP sirvieron para dar apariencia de pluralidad a un régimen autoritario y cada vez más alejado de sus orígenes revolucionarios.
Arriola encuentra en la negativa del PAN a practicar la política de fondo -la de Maquiavelo o Weber- la razón de su irrelevancia. Habría que añadir a la timidez de los políticos de tiempo parcial del PAN, el elemento de autoritarismo, de represión, del régimen del PRI -ese partido para cuyos líderes la moral, en palabras de Gonzalo N. Santos "es un árbol que da moras y sirve para..."- y que no pararon mientes en diseñar magnos fraudes electorales y en asesinar a vasconcelistas en Topilejo o a sinarquistas y otros disidentes en León. Los panistas estaban, quizá, para la "brega de eternidades", pero no para el martirio.
El PAN en el poder
Finalmente, ¿cómo explicar que un partido sin vocación de poder haya derrotado en el 2000 a un partido de políticos seguidores de Maquiavelo, con experiencia de casi un siglo en el poder -desde Carranza- como eran los del PRI?
Arriola explora dos vías. De un lado, el ascenso a la Presidencia en 1994 de Ernesto Zedillo, un tecnócrata que en los hechos no era priista. Del otro, la toma del PAN por un no panista: Vicente Fox. El primero no consideró perder nada si perdía el PRI, el segundo, con sed de triunfo y apoyado por los empresarios, vio en el PAN un mero instrumento para llegar al poder. Zedillo y Fox resultan complementarios. El uno no se explica sin el otro; fueron dos capitanes dispuestos a abandonar sus respectivas naves partidistas, salvarse con ello y plantar a los demás.
¿Por qué los duchos políticos del PRI no reaccionaron a la traición de Zedillo? Arriola no ahonda en ese misterio porque lo que le importa dilucidar es por qué el PAN se dejó utilizar por Fox. La respuesta sucinta: porque el miedo de los panistas a cargar con la responsabilidad del poder les llevó a permitir que otro hiciera por ellos el trabajo sucio, como lograr vía "Amigos de Fox" los recursos económicos ilegales, pero necesarios para enfrentar con éxito los recursos, también ilegales ("Pemexgate"), del PRI partido de Estado. El resultado fue un gobierno de irresponsables y fracasó.
El enfoque y trabajo de Arriola contribuye con una pieza importante a la explicación del desastre en que ha desembocado el gran proyecto democrático del 2000. Por otro lado, al examinar al PAN vuelve a plantear un tema de fondo, inquietante y sin respuesta clara: ¿realmente para hacer buena política se tiene que suponer que la moral es sólo un árbol que da moras y nada más?
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