viernes, julio 11, 2008

Dos sobre Ingrid Betancourt, dos

El montaje imecable de Uribe.
Gilberto López y Rivas

Todo fue cuidado hasta en los ínfimos detalles y los actores desempeñaron su papel a la perfección. La obra Una operación impecable, estrenada en Bogotá y producida por Uribe y Asociados, trata del golpe oligárquico-castrense-mediático más contundente contra los narco Terroristas (con T mayúscula, como reiteran ahora los también liberados agentes del FBI).

El script desarrolla la lucha eterna del bien de los poderosos contra el mal de los guerrilleros que sufren del agravante de ser pueblo. La escenografía, magnífica: una base militar, al fondo un avión de la heroica fuerza aérea colombiana, los personajes castrenses de la más alta oficialidad de toda las armas mostrando sus distinciones ganadas a pulso en su lucha contra los subversivos, con la ayuda, claro, de sus mentores estadunidenses que los entrenaron bien en la contrainsurgencia y los interrogatorios profundos.

Todos con sonrisas desplegadas, eufóricos, regocijados, congratulándose, y entre ellos, a un lado del ministro de Defensa, la actriz principal, que aun en su debut artístico mostró un extraordinario manejo del escenario, seguida por la cámara de CNN hasta en sus menores movimientos, ataviada con chaleco y gorra militares, cuidadosamente peinada y sorprendentemente repuesta (lo cual muestra su versatilidad histriónica), consciente del impacto de sus palabras en las derechas del mundo entero y en las víctimas de la credulidad que otorgan los medios; abrazando y besando efusiva y familiarmente al jefe del Ejército, general Mario Montoya (de abultado currículum represivo), saludando marcialmente a otros mandos castrenses de alta graduación. La madre compungida, como tratando de olvidar sus declaraciones en Caracas sobre su oposición a un rescate militar, que finalmente se realizó. Un sacerdote o capellán no podía faltar a la cita, quien a indicación del apuntador bendijo la misión del ejército ciento por ciento colombiana.

Los actores menores, soldados y policías prisioneros de los insurgentes, declamaron sus parlamentos con cierta convicción, aunque con libreto limitado. Dieron gracias al gran presidente Uribe, al supremo Ejército, a la gloriosa policía nacional, algunos al punto de las lágrimas para mayor dramatismo de la trama. Llegó el turno en el uso de los micrófonos a Ingrid de Arco: en su largo monologo agradeció a Dios, a la Virgen, mostrando su fervor profundo, a sus fuerzas armadas, a su presidente Uribe, bendiciendo su relección, a su “familia” que la cuidó durante el cautiverio, es decir, a los soldados y policías que la protegieron de los otros soldados, los maléficos de la insurgencia.

Habla con convicción, con buena dicción en español y francés, claro está, pues fue bien educadita en el Liceo. Reparte y comparte saludos, se posesiona del estrado. Deja abierta la posibilidad –discretamente– de ser nuevamente candidata a la presidencia, mientras los milicos se regodean con sus elogios sobre lo inteligente de su inteligencia. Dicta cátedra sobre relaciones internacionales y advierte a Chávez y Correa que sus esfuerzos por la liberación de otros rehenes (los cuales no menciona ni mucho menos les agradece) son bienvenidos, eso sí, siempre y cuando “respeten la democracia colombiana”, que es como su rescate, “impecable”. Nada sobre el estorboso acuerdo humanitario. Nada sobre los centenares de invisibles prisioneros de las FARC y el ELN torturados y vejados en las mazmorras de Uribe, al cabo ellos no son “secuestrados”, son sólo “presos” del orden constituido, acusados de delitos comunes y narcotráfico; esto es, son nadie…, bueno, algunos, quizás los dirigentes, extraditables a Estados Unidos, donde se pudrirán felizmente hasta el fin de sus días.

La obra merece el aplauso casi unánime del respetable, aun de algunos espectadores de la izquierda políticamente correcta. Bachelet, “la de Chile”, también muy cercana a los militares, distinguida en el ejercicio de su presidencia por la persecución merecida contra los revoltosos estudiantes de secundaria y contra los siempre rebeldes mapuches, recomendará a Ingrid para el Nobel de la Paz. En Francia es recibida como jefa de Estado y su segundo presidente le impone la Orden de la Legión de Honor. Su rostro aparece en todos los periódicos y revistas del mundo y no hay día, desde el operativo liberador, que no haga una declaración –cada vez más decantada y cuidadosa– con fines de autopromoción y acumulación de capital político para lo que venga, ¡que vendrá!

La moraleja de la obra es clara: la solución militar es el único camino viable y efectivo para tratar a los Terroristas; a las FARC sólo les queda su rendición incondicional. Álvaro Uribe garantiza la vida, la integridad física y la reinserción adecuada de todos los integrantes de la guerrilla a la vida civil, como ocurrió, recordemos, con los miembros de la Unión Patriótica, que en su vocación al martirologio sólo tuvieron poco más cuatro mil bajas cuando intentaron hacer política sin armas en ese ejemplo de juego democrático que es Colombia.

Por lo pronto, la tercera relección de Uribe está garantizada con un envidiable porcentaje de aceptación de 91 por ciento después del histórico rescate. Ingrid, por su parte, no regresará pronto a su segunda patria colombiana: teme por su vida en ese oasis de libertad que afortunadamente no es Cuba ni Venezuela, ni mucho menos Ecuador o Bolivia. Ella, como “un soldado más” (frase que repite sin cesar), esperará para una segunda parte de la obra, cuyo título La paz impecable está en proceso de producción en los estudios Uribe y Asociados y que, de acuerdo con una filtración de fuente anónima, por ello confiable, versará sobre la propuesta de desarme de las propias FARC y la entrega voluntaria en masa de su secretariado y, en todo caso, el exterminio de quienes atenten contra el estado de derecho en versión Uribe. No se pierda el siguiente episodio.




La traición de Ingrid

Pascual Serrano
http://www.pascualserrano.net

Leo un clamor de indignación entre los sectores progresistas venezolanos por la reacción de desprecio de Ingrid Betancourt y su familia hacia personas que tanto interés tuvieron en su liberación, en especial el presidente de Venezuela Hugo Chávez y la senadora Piedad Córdoba. Hablan de traición indignados por lo que, a todas las luces, es una prueba de ingratitud.

Betancourt y familia no han traicionado a nadie, han vuelto a la clase social, política y económica a la que siempre pertenecieron: la burguesía neoliberal adinerada de Colombia. Ingrid es hija de Gabriel Betancourt, ministro de Educación durante el gobierno del dictador Gustavo Rojas Pinilla, y de Yolanda Pulecio, quien fue reina de belleza que llegó a Miss Colombia y Representante a la Cámara por Bogotá. Betancourt, como buena hija de la oligarquía, cursó sus estudios de secundaria en el Liceo Francés de Bogotá y más tarde ciencias políticas en Francia en el Instituto de Estudios Políticos de París; se especializó en comercio exterior y relaciones internacionales. Vivió varios años en París, donde su padre ejerció como embajador ante la UNESCO; allí conoció a su primer marido, el diplomático francés Fabrice Delloye, con quien se casó en 1981.

Se divorció en 1990 y se afilió al Partido Liberal, donde trabajó como asesora del Ministro de Hacienda Rudolf Hommes, y de Comercio Exterior, Juan Manuel Santos, durante el gobierno de César Gaviria. Ingrid se casó por segunda vez con el publicista colombiano Juan Carlos Lecompte. Durante este período escribe el libro La Rage au cœur [La rabia en el corazón], publicado originalmente en francés, sobre su visión del gobierno de Ernesto Samper.

Su apoyo popular como candidata a la presidencia, ya fuera del Partido Liberal, era tan solo de un 0,8% de intención de voto cuando fue secuestrada.

Mientras había cientos de sencillos soldados rasos y civiles anónimos en poder de las FARC y muchos más campesinos y pequeños colaboradores de la guerrilla sin delitos de sangre pudriéndose en las cárceles colombianas, Hugo Chávez y Piedad Córdoba eligieron a la hija del ministro de la dictadura y la miss Colombia como emblema de su lucha por el canje humanitario. Los medios internacionales, con Francia a la cabeza, se incorporaron a la cruzada hasta elevar a Ingrid Betancourt al rango de heroína nacional. Evidentemente la familia de la retenida, que nunca se hubiera acercado a un presidente surgido de los cerros, no hacía ascos a cualquier líder social que pidiera la libertad de Ingrid. Si había que criticar a Uribe para poder estar ante las cámaras junto a un jefe de Estado que pidiera la libertad para su hija, pues se criticaba.

Creyendo estar presionando para un acuerdo humanitario, Chávez y Piedad convirtieron a Ingrid en ejemplo de resistencia y lucha y a la guerrilla en un monstruo que retenía a una bondadosa hija, esposa y madre.

Mientras Piedad Córdoba arriesgaba su vida y Hugo Chávez su referéndum para la reforma constitucional, el mito crecía ante los ingenuos ojos de quienes creían que su buena intención estaba siendo reconocida por familiares, medios de comunicación y hasta por el gobierno francés. No comprendieron que sólo estaban siendo utilizados.

Ingrid se convierte en un símbolo internacional de la crueldad de las FARC mientras los anónimos soldados y guerrilleros seguían pudriéndose en la selva o en la cárcel. Sus madres no acudían invitadas al Aló Presidente ni nadie las entrevistaba en Telesur.

El codiciado trofeo logra la libertad de la mano de Uribe y vuelve junto a los de su clase, ideología y condición llena de odio, como es lógico, contra quienes le robaron seis años de vida. Se fotografía junto al ministro de la guerra de Colombia, pide la reelección de Uribe y dice que será un soldado contra las FARC. Viaja a Francia y se besa ante las cámaras por uno de los presidentes europeos que lidera el encarcelamiento durante año y medio de todos los colombianos que lleguen a Europa sin papeles. Ni Chávez ni Piedad le interesan ya. Se ensuciaría con el barro de los cerros y las manos callosas de los pobres si los acompañase, ya no los necesita para llamar la atención de la opinión pública internacional.

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