Los indicadores productivos de la economía mexicana han ido dando cuenta de su crisis con cierto rezago. Pero indudablemente estamos ya en una situación francamente crítica. Frente a ella, sólo un gobierno incompetente puede ufanarse de que los riesgos financieros de nuestra economía son menores que los de economías más sólidas. Los gobiernos prácticamente de todos los países están ocupados de instrumentar acciones decididas, en busca de detener la caída de la producción y el empleo y, en consecuencia, lograr detener el deterioro de las condiciones de vida de la población.
El gobierno entrante de Obama, por ejemplo, ha propuesto un plan de rescate de la economía estadunidense que tendrá un costo de entre 775 mil millones y un billón de dólares. El propósito fundamental del plan es crear 3 millones de empleos, de los cuales 80 por ciento serán en el sector privado. Tanto el costo del programa como la meta de creación de empleos se han ido actualizando a medida que la crisis avanza, lo que indica su profundidad y también la certidumbre de que sin acciones de este tipo el desempleo podría llegar a una cifra de dos dígitos. Obviamente los recursos para este plan significarán que el défict fiscal se incremente sustancialmente.
El señor Calderón, en cambio, piensa que con declaraciones optimistas, que por cierto nadie acepta, se podrá frenar el avance de nuestra crisis que ya muestra datos alarmantes. Ha propuesto un nuevo plan –¿alguien se acuerda del anterior?– anunciado como un Acuerdo Nacional entre el sector público, privado y social a favor de la economía familiar y el empleo, como en los tiempos del salinismo, el cual no tiene los elementos necesarios para detener la crisis. Ello se prueba con dos cuestionamientos básicos: ¿cuánto se estima que hace falta para revertir el despido de cientos de miles de trabajadores que perdieron ya empleos permanentes?, ¿cuánto se estima que debiera destinar el gobierno para compensar la reducción este año en el monto de las remesas que envían los mexicanos a sus familias? y ¿cómo se financiarían los requerimientos fiscales para enfrentar estas necesidades?
Paul Samuelson publicó recientemente un consejo para Barack Obama, en el que afirma que “las pruebas actuales y la experiencia histórica dan a entender que durante la presidencia de Obama harán falta fuertes dosis de gasto fiscal deficitario para sacar a Europa, América y Asia de la recesión posterior a la catástrofe”. Según él, eso no está a discusión. Lo que se discute es en qué gastar, por ello su consejo es que “gastar ese dinero nuevo en carreteras que lleven a alguna parte será mejor que emplearlo en carreteras que no vayan a ninguna”, y añade que “los pobres, la clases medias, la mujeres y los hispanos merecen justicia”, aunque reconoce que “sólo se puede reducir en un grado limitado las desigualdades inevitables en un sistema de mercado”.
En nuestro caso el consejo puede repetirse, señalando que es indiscutible una fuerte dosis de gasto fiscal deficitario para detener la recesión. Fuerte dosis quiere decir cuatro o cinco puntos del PIB, es decir, entre 400 y 500 mil millones de pesos y no su tímida propuesta presentada ayer. Lo que habría que aconsejar es que ese gasto se destine a infraestructura y que atienda a los sectores sociales más desfavorecidos. El consejo sería que abandone la derecha y se corra al centro, o para decirlo en otros términos, que abandone a Friedman y retome a Keynes.
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