jueves, enero 08, 2009






Reaparece “papá gobierno” en la firma del pacto anticrisis

■ La CTM transforma el derecho de huelga en “elemento accesorio”

■ Sin asumir compromiso alguno, la iniciativa privada pide más

Rosa Elvira Vargas

Con gesto de circunstancia pero sin obviar el abrazo de Año Nuevo ni los parabienes, los más conspicuos representantes de la industria, la burocracia y el poder político arribaron al salón Tesorería de Palacio Nacional para conocer en detalle el uso que dará al dinero de los contribuyentes el gobierno de Felipe Calderón con la finalidad de sortear, en la más pura ortodoxia keynesiana, la crisis económica.

Pero una vez salvadas las cortesías, cada quien mostró su esencia. Y aunque se trataba de que los “sectores” correspondieran con sus compromisos a los formulados por la administración federal para ir en su rescate, aquellos no dieron muchas luces.

Los empresarios –no obstante los apoyos anunciados exclusivamente para ellos– por conducto de Armando Paredes Arroyo, exigieron todavía más: eliminar el IETU, y el representante de los campesinos, José Luis González Aguilera, pidió meter al orden a los banqueros “abusivos y agiotistas”.

A su vez, Joaquín Gamboa Pascoe, líder de la Confederación de Trabajadores de México, sacó del baúl de los discursos dedicados a otros gobernantes las consabidas “gracias, señor Presidente”, y durante 13 minutos de improvisación aseguró que para los trabajadores el derecho a huelga “es un elemento accesorio”.

Hay que decir que fue el personaje que más abrazos recibió del jefe del Ejecutivo –al menos en tres momentos–, quizá no sólo por su incondicionalidad ante el Acuerdo nacional en favor de la economía familiar y el empleo, sino también como un gesto de desagravio porque, desde el anonimato, el sempiterno dirigente obrero fue conminado varias veces con el clásico silbidito a poner fin a su mensaje.

No fue, empero, el único gesto de irreverencia ante tan conspicua concurrencia y tan serios los motivos para, como se decía antes, convocar a la República en pleno. Justo cuando concluyó el último orador –el presidente de los diputados, César Duarte–, del fondo del salón, al lado izquierdo, tronó una voz: “¡Las altas tarifas telefónicas, abajo!”

Presto, el Estado Mayor Presidencial (EMP) ubicó al osado. Envió a una mujer de ese cuerpo castrense hasta la fila donde se encontraba Manuel Martínez Medina y ahí permaneció ella hasta que todo hubo terminado y Calderón Hinojosa salió del recinto. Luego, otro militar se acercó a interrogar a quien, ya abrumado, dijo ser delegado sindical del Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal.

Nervioso, don Manuel manifestó que no pudo reprimir su protesta, porque durante los discursos se criticó a los banqueros, se habló de las tarifas de luz, “y nadie mencionó que en Teléfonos de México dan un pésimo servicio, es caro y le cargan a uno muchas llamadas que no ha hecho. Y cuando uno les habla para reclamar, sólo contesta una grabadora”. Sin embargo, el hombre terminó disculpándose con el militar en todos los tonos: “no debí haber hecho eso por respeto al Presidente”. (ajá, mucho respeto se merece)

Por lo demás, la ceremonia de este miércoles fue en muchos sentidos un auténtico dejà vu. “Papá gobierno” reapareció.

Y nadie quiso acordarse de ese mote peyorativo muy usado cuando el neoliberalismo y el libre mercado irrumpían a principios de los 80 del siglo pasado.

Por el contrario, hoy todo depende del halo salvador del gasto público y nadie considerará cinismo evocar aquella frase también de uso frecuente en las épocas del Estado protector: “vivir fuera del presupuesto es vivir en el error”.

Ése parecía ser el sentido en el diálogo entre un representante de la iniciativa privada y un funcionario de la Secretaría de Economía ayer, poco antes de iniciar la firma del acuerdo.

“Yo escribí mi carta a los Reyes Magos, les dejé mi zapato. Hoy voy a ver si me trajeron algo”, decía el primero. Y el otro, con aire grave, respondía: “Ya lo veremos dentro de unos momentos”.

Sin embargo, el gobernador de Nuevo León, Natividad González Parás, puso el cascabel al gato y dio el argumento que todos querían escuchar para recibir sin ningún rubor –exigir, de hecho– los recursos fiscales del gobierno para, como diría Calderón, lograr “en lo posible” salir del problema.

Dijo el neoleonés: “en las crisis de este tipo (…) son los estados, los gobiernos más que los mercados, quienes juegan un rol crucial (…) deben ejercer su liderazgo, tomar medidas oportunas, generar confianza y convocar, como aquí se está haciendo, a los sectores productivos y, en general, a la sociedad, a realizar las acciones pertinentes”.

A propósito de gobernadores, ayer sólo fueron notorias las ausencias del capitalino Marcelo Ebrard y del sonorense Eduardo Bours. Pero sí participó Mario Delgado Carrillo, secretario de Finanzas del Distrito Federal.

Paradojas también. El presidente Calderón Hinojosa hizo la enésima convocatoria a la solidaridad y a poner a México por encima de los intereses personales, de grupo o de partido. Sin embargo, a nadie le pasó desapercibido que la decisión de detener el aumento en el precio de las gasolinas, entre otras, constituye desde hace meses una demanda de su principal opositor, Andrés Manuel López Obrador. (sin embargo, el espurio propone congelar el precio después de más de 30 aumentos, poco tardadito, no?)

Del mismo modo, y aunque el empresario Carlos Slim –por cierto, a quien estaba dirigido el reclamo de las tarifas telefónicas– se dedicó a ponderar públicamente las “virtudes” del plan gubernamental, sobre todo porque reactiva la economía interna por encima del sector exportador, nadie mencionó que eso de “Hecho en México” hace mucho tiempo que quedó como timbre de orgullo apenas para algunas jaleas elaboradas con frutas regionales, porque todo mundo aquí consume lo “hecho en China”.

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