domingo, mayo 31, 2009

Los condenados

Alejandra Rangel

30 May. 09, El Norte


Después de la privación de la libertad a menores de edad por pintar los muros de un paso de la avenida Constitución y haber condenado estas acciones como si se tratara de un acto criminal, la sociedad se convierte en instrumento del autoritarismo, en esa fuerza irracional que estimula y clama por la represión y las sanciones extremas sin conciencia del rumbo que esas decisiones imponen a una ciudad regida por el conservadurismo y dispuesta a la imposición de prisiones perpetuas sin reflexionar sus consecuencias.

El hecho de detener varios días a menores de edad implica el desconocimiento de los protocolos de la Convención Internacional sobre los Derechos de los Niños firmada por México, que entró en vigor desde 1990 con normas y obligaciones que los gobiernos deben cumplir. Esta convención incorpora el espectro de los derechos humanos y define que todo ser humano menor de 18 años merece la protección contra cualquier forma de discriminación o castigo, priorizando la educación.

A la luz de los hechos, parecería que los 60 jóvenes diseñadores de avenidas han cometido un crimen contra la Ciudad y sus habitantes, el escarnio se ha dejado sentir fuera de proporción, el odio fue brutal hacia una manifestación artística: el temido grafiti, las pintas, las bombas, los símbolos.

El error de los adolescentes fue hacerse presentes en un mundo que los ignora y ante el cual no pidieron permiso para expresarse; el ataque fue despiadado y desmedido.

"Enciérrenlos, que escarmienten, y si alguien se atreve a defenderlos píntenles sus bardas, sus casas y si es posible vayan contra ellos hasta silenciarlos".

De entrada hay quienes se rasgan las vestiduras diciendo que faltan espacios juveniles. No se trata sólo de permitir que pinten muros y espacios que encuentren a su paso sin respetar la propiedad privada o pública; tampoco la solución es ofrecer bardas para sus manifestaciones porque justamente lo que los adolescentes desean es pronunciarse contra el sistema, retar a las autoridades, transgredir los límites y expresar su rebeldía, la cual no podemos reprochar viendo la clase de sociedad que hemos creado.

Resulta sorprendente la rapidez como la sociedad camina y se instala en el autoritarismo y una cierta esclavitud estableciendo leyes y enmiendas cada vez más represivas que atentan contra los derechos de los individuos.

El sentimiento que debería predominar hacia esos jóvenes es de impotencia, de vergüenza por haber consentido semejantes tipificaciones del delito relacionadas con las pintas en propiedad ajena y a las mal entendidas y estigmatizadas "pandillas", mismas que merecerán la cárcel y se perseguirán de oficio, aun cuando recortan las libertades civiles, amparadas bajo el pretexto de combatir la delincuencia.

Las cárceles son las mejores escuelas del crimen, ahí es donde mandamos a educar a los jóvenes. Cuántas contradicciones. Resulta que el grafiti se ha convertido en una amenaza, en la representación del encono, te gusta o disgusta, no hay otro camino, y cuando se muestra viene el rechazo social.

Su aparición es sinónimo de falta de limpieza, "ensucia el entorno", como si los panorámicos, anuncios, propaganda y contaminación visual no lo hicieran. El grafiti es una escritura contemporánea, pero alrededor de él se ha construido un discurso que en el fondo exhibe un problema de clase, una ideología de exclusión.

Cada época y cada cultura interpreta las manifestaciones artísticas de acuerdo con sus propios cánones. Lo cierto es que desde la antigüedad los hombres expresaron su sentido de pertenencia y de asombro a través de dibujos en cuevas y piedras: pinturas rupestres con representaciones de cazadores y animales, trazos que fueron dejando una escritura y un testimonio histórico para las futuras civilizaciones.

Si no fuera por las inscripciones dejadas en los muros de tumbas y templos no hubiéramos conocido muchos aspectos de la historia de los egipcios y de los romanos, la civilización mesoamericana, el muralismo mexicano, todo es cuestión de interpretación y de relaciones de poder. Por ello llama la atención el repudio y resentimiento que ocasiona el grafiti cuando a nivel internacional, en ciudades como París, Londres, Nueva York o Barcelona, se encuentra en exposiciones y museos.

Cómo podríamos estar a la altura de una sociedad con ideales de justicia y libertad si la solución ante los problemas o ante la violación de los pactos consiste en construir prisiones más constreñidas, imponer penas severas sin buscar la relación cualitativa entre el delito y su castigo mediante justificaciones legales y morales, además de políticas que sostienen el derecho a castigar por algo que no debería penalizarse.

Se trata de reflexionar a profundidad sobre la justicia, una justicia implacable y vengativa que está cada vez más presente entre nosotros en detrimento de una justicia reivindicativa y distributiva, las explicaciones debemos encontrarlas en las leyes y sus enmiendas.

Legisladores, jueces, magistrados, abogados e investigadores deben analizar las consecuencias del fenómeno e ir más allá de los prejuicios de la sociedad y consolidar un mundo más humano.


arangelc@prodigy.net.mx

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