miércoles, junio 03, 2009

De Chihuahua



Las verdaderas bajas de la guerra contra el crimen organizado

A Calderón le resultó muy fácil declarar la guerra,
su guerra, al crimen organizado, pertrechado en Los
Pinos, con todo el Estado Mayor Presidencial a su
servicio personal. “… Que se venga a vivir siquiera
unos días a la Alta Babícora, para que sienta lo que
es estar a la merced de los sicarios o de los desmanes
del Ejército”. Lo dice así una mujer joven de
Colonia Alamillo, municipio de Madera, Chihuahua,
al denunciar la detención ilegal de su hermano y de
un amigo, por soldados de la guarnición de Nuevo
Casas Grandes, del 4 al 9 de mayo pasados
Hace un
año que la otrora próspera región agrícola de la Alta
Babícora, espacio de la lucha agraria contra el latifundio
de Randolph Hearst, en el noroeste de Chihuahua, es
tierra asolada por las incursiones o de los sicarios o de
los militares. Hace tiempo que los narcos se
establecieron en poblaciones como Nicolás Bravo o
Gómez Farías. Pero es hasta que el calderonismo les
declara la guerra cuando comienzan los problemas
angustiosos para la población: decenas de casas incendiadas, ejecutados, desaparecidos, levantados. El fin de semana
del 21 de marzo fue especialmente macabro: dos jóvenes
maestros y varios jóvenes más están desaparecidos desde
entonces, muchas familias amenazadas de muerte.

Víctor M. Quintana S.


Ahora las colonias agrícolas y ganaderas de
la región lucen semidespobladas. La gente que
tuvo modo se exilió en Estados Unidos. La
que no, tuvo que refugiarse –y esto muestra
lo terrible de la situación– ¡en Ciudad Juárez!

El Estado fallido, al menos en esta región
donde confluyen los municipios de Madera,
Zaragoza y Gómez Farías. Porque –según denuncian
los pobladores– ni las diversas policías ni el Ejército
logran echarle el guante a los delincuentes,
que los siguen aterrorizando. Y en cambio han
incrementado los atropellos contra los civiles. A los
dos muchachos detenidos el 4 de mayo los mantuvieron
con los ojos vendados durante cinco días, simularon
ejecutarlos varias veces, les aplicaron la chicharra, la
cama eléctrica y los golpearon. Sólo cuando la
denuncia se hizo pública y fuerte los dejaron
abandonados en la sierra, no sin antes amenazarlos
si interponían cualquier denuncia.

El guión se repite en Juárez, en la capital, en
todo el estado: la presencia masiva del Ejército
no detiene las ejecuciones ni abate los espantosos
índices de delitos comunes, pero sí constituye una
amenaza para las garantías de las y los ciudadanos:
detenciones arbitrarias, allanamientos de domicilio,
robos de electrodomésticos, de autos, hasta de la
despensa. Sobre las ejecuciones ya se sospecha
que pueden ser perpetradas por grupos
paramilitares con la anuencia de los militares.

Y, si contra los narcos nada puede hacerse, contra
la impunidad uniformada que Human Rights Watch
documenta con tanta solidez, tampoco. Las
denuncias en las comisiones gubernamentales
y no gubernamentales de derechos humanos,
en las procuradurías estatal o General de la
República, tienen que recorrer todo un laberinto
para desembocar donde está el minotauro del
Ministerio Público Militar, encubridor de oficio de
los uniformados.

Lo peor es que esta deshilachada guerra que
declaró Calderón no tiene ni para cuándo
acabarse, ni siquiera cuándo tornarse eficaz
en sus objetivos declarados. Porque es muy claro
que los operativos conjuntos tan propagandizados
ahora por el PAN en sus espots son, más bien,
disyuntos. Lo evidencia Felipe en su fugaz y
elitista visita a Chihuahua hace dos semanas:
declara ante el gobernador y el Ejército que
éste no puede permanecer indefinidamente en las
calles. Urge a las autoridades locales a realizar
las acciones necesarias para estar preparados
cuando las fuerzas castrenses vuelvan a sus
cuarteles…

El secretario de Seguridad Pública del estado le
responde. No en una de las supuestas reuniones
de evaluación del operativo sino en la prensa:
las policías estatales no estarán preparadas para
cuando se vaya el Ejército. Con este tipo
de diálogos involuntariamente públicos la desazón
ciudadana se incrementa: se explica por qué las
fuerzas federales y estatales no han entregado una
hoja de ruta que señale acciones y metas a lograr para
que el Ejército regrese a sus cuarteles. ¿Cómo va a
entregarse si ni siquiera hay acuerdo sobre el cómo y
el cuándo va a regresar?

Lo que va quedando muy claro es que en esta guerra
los pies van por rumbo muy diferente a la cabeza. Que
se desató para que Calderón y su partido ganen los
votos; que la población y sus derechos pongan las bajas.


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