miércoles, junio 03, 2009

Varios de La Jornada


Adiós, General Motors

Michael Moore
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La única forma de salvar a General Motors es dándole muerteFoto Ap




Escribo esto en la mañana del fin de la otrora poderosa General Motors. Al mediodía, el presidente de Estados Unidos lo hará oficial: General Motors, como la conocemos, ha terminado.

Sentado aquí en la ciudad natal de GM, Flint, Michigan, estoy rodeado de amigos y familiares llenos de ansiedad por lo que pasará con ellos y con la ciudad. Cuarenta por ciento de los hogares y negocios de la localidad han sido abandonados. Imagine el lector lo que sería vivir en una ciudad donde casi todas las demás casas estuvieran vacías. ¿Cuál sería su estado de ánimo?

Es una triste ironía que la compañía que inventó la obsolescencia planeada –la decisión de construir automóviles que se cayeran en pedazos en unos cuantos años para que el cliente tuviera que comprar otro coche– ahora se haya vuelto obsoleta. Se negó a fabricar los automóviles que el público quería, que tuvieran gran rendimiento de gasolina, que fueran lo más seguros posible y extremadamente cómodos de manejar. Ah, y que no comenzaran a desmoronarse en unos años.

GM se empeñó en combatir las reglamentaciones ambientales y de seguridad. Sus ejecutivos desdeñaban con arrogancia los inferiores autos japoneses y alemanes, los cuales llegarían a ser el patrón oro de los compradores de coches. Y estaba empecinada en castigar a su fuerza de trabajo sindicalizada, despidiendo a miles de trabajadores por ninguna otra razón que mejorar el estado de resultados a corto plazo de la corporación. De 1980 en adelante, cuando reportaba utilidades sin precedente, trasladó incontables puestos de trabajo a México y otros lugares, con lo que destruyó la vida de decenas de miles de esforzados estadunidenses. La patente estupidez de esta política radicaba en que, al eliminar el ingreso de tantas familias de clase media, ¿quién creían que iba a poder comprar sus automóviles? La historia registrará este yerro en la misma forma en que hoy recuerda a los franceses que construyeron la Línea Maginot o a los romanos que envenenaron inadvertidamente su sistema de agua al incorporar plomo letal a sus tuberías.

Aquí estamos, pues, en el lecho de muerte de General Motors. El cuerpo de la empresa aún no está frío y descubro que me siento rebosante de –me atrevo a decir– júbilo. No es el júbilo de la venganza contra una corporación que arruinó mi ciudad natal, que dejó sin hogar a la gente con la que crecí y le trajo miseria, divorcios, alcoholismo, desamparo, debilidad física y mental y drogadicción. Tampoco, obviamente, me alegra saber que otros 21 mil trabajadores de GM recibirán la noticia de que también ellos se han quedado sin empleo. Pero ustedes y nosotros y el resto de los estadunidenses ¡ahora somos dueños de una empresa automotriz!

Lo sé, lo sé... ¿quién diablos quiere manejar una fábrica de autos? ¿Quién de nosotros quiere que 50 mil millones de dólares de nuestros impuestos se arrojen al agujero de ratas que será este nuevo intento de rescate de GM? Digámoslo con claridad: la única forma de salvar a la empresa es darle muerte.

Sin embargo, salvar nuestra preciosa infraestructura industrial es otra cosa, y debemos darle máxima prioridad. Si dejamos que cierren y desmantelen nuestras plantas, lamentaremos amargamente su desaparición cuando caigamos en cuenta de que esas fábricas podrían haber construido los sistemas de energía alternativa que necesitamos con desesperación. Y cuando reparemos en que la mejor forma de transportarnos es con ferrovías ligeras, trenes balas y autobuses más limpios, ¿cómo podremos construirlos si permitimos que desaparezca nuestra capacidad industrial y su fuerza de trabajo capacitada?

Así pues, ahora que el gobierno federal y el tribunal de quiebras reorganizan a General Motors, he aquí el plan que pido al presidente Barack Obama que ponga en práctica para bien de los trabajadores, de las comunidades de GM y de la nación en su conjunto. Hace 20 años, cuando hice Roger & Me, traté de advertir a la gente sobre lo que le esperaba a General Motors. Si la estructura del poder y la tecnocracia hubiera escuchado, tal vez mucho de esto se habría podido evitar. Con base en mi trayectoria, solicito que se preste honrada y sincera consideración a las sugerencias siguientes:

1. Así como hizo el presidente Roosevelt después del ataque a Pearl Harbor, Obama debe decir a la nación que estamos en guerra y que debemos convertir de inmediato nuestras fábricas de automóviles en instalaciones que construyan vehículos de transporte en masa y dispositivos de energía alternativa. En 1942, en Flint, en cuestión de meses GM detuvo toda la producción de autos y de inmediato usó las líneas de producción para construir aviones, tanques y ametralladoras. La conversión se realizó en un abrir y cerrar de ojos. Todo el mundo participó. Los fascistas fueron derrotados.

Ahora estamos en una guerra diferente, la que hemos emprendido contra el ecosistema, guiados por nuestros líderes. Esta guerra tiene dos frentes. Uno tiene su cuartel general en Detroit. Los productos construidos en las fábricas de GM, Ford y Chrysler son algunas de las mayores armas de destrucción en masa, causantes del calentamiento global y del derretimiento de nuestros casquetes polares. Puede que esos objetos que llamamos carros sean divertidos de manejar, pero son como un millón de dagas en el corazón de la madre naturaleza. Continuar construyéndolos sólo conducirá a la ruina de nuestra especie y de gran parte del planeta.

El otro frente en esta guerra ha sido abierto por las compañías petroleras contra ustedes y yo. Están dedicadas a esquilmarnos todo lo que pueden, y han sido irrefrenables vendedoras de la finita cantidad de petróleo que se ubica bajo la superficie de la tierra. Saben que la están chupando hasta dejarla seca. Y como los magnates madereros de principios del siglo XX, a quienes les importaban un cacahuate las generaciones futuras y arrasaban con cuanto bosque cayera en sus manos, estos barones del petróleo no dirán al público lo que saben que es verdad: que queda sólo crudo utilizable para unas cuantas décadas más en el planeta. Y conforme los días finales del petróleo se acercan, prepárense para ver a algunas personas muy desesperadas, dispuestas a matar o morir por un litro de gasolina.

El presidente Obama, ahora que ha asumido el control de GM, necesita convertir de inmediato las fábricas a los nuevos usos necesarios.

2. No pongan otros 30 mil millones de dólares en las arcas de GM para fabricar automóviles. Usen ese dinero para mantener empleada a la actual fuerza de trabajo –y a la mayoría de los que han sido despedidos– para que pueda construir los nuevos modos de transporte del siglo XXI. Que el trabajo de conversión empiece ahora mismo.

3. Anuncien que en los próximos cinco años tendremos trenes balas cruzando el país. Japón celebra este año el aniversario 45 de su primer tren bala; ahora tiene docenas. Velocidad promedio: 265 kilómetros por hora. Tiempo de demora promedio: 30 segundos. Ellos llevan ya casi cinco décadas con esos trenes de alta velocidad... ¡y nosotros no tenemos uno solo! Es criminal que ya exista la tecnología para ir de Nueva York a Los Ángeles en 17 horas, y que no la hayamos usado. Contratemos a los desempleados para que construyan las nuevas vías de alta velocidad por todo el país. De Chicago a Detroit en menos de dos horas. De Miami a Washington en menos de siete. De Denver a Dallas en cinco y media. Se puede hacer, y hacerse ya.

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Metalúrgicos respaldan a Gómez Urrutia

Patricia Muñoz Ríos

La Federación Internacional de Trabajadores de las Industrias Metalúrgicas (FITIM) llevó a cabo su 32 congreso mundial en la ciudad de Gotemburgo, Suecia, donde se religió por unanimidad como vicepresidente de la organización al líder minero Napoleón Gómez Urrutia.

El congreso tuvo lugar del 24 al 28 de mayo. Uno de los temas que se abordaron fue la situación de los mineros en México, ante lo cual la organización ofreció irrestricto apoyo solidario a la justa lucha que los trabajadores mantienen contra las persecuciones y agresiones del gobierno de México y de la empresa Grupo México.

Asimismo, se efectuó un proceso para renovar el comité ejecutivo mundial de dicha federación. En las votaciones participaron más de 800 delegados de más de 100 países afiliados, los cuales adoptaron como resolutivos, entre otros, mantener un amplio respaldo a la lucha de los mineros mexicanos, que aún no es escuchada; exhortar al gobierno de México a que actúe para evitar mayores males en el conflicto y demostrar que se pueden encontrar soluciones evitando la confrontación y la violencia. De igual forma, respaldar a Gómez Urrutia.

En el acto, tras años de dirigir la FITIM, Jurgen Peters, de Alemania, y Marcello Malentacchi, de Suecia, dejaron los cargos de presidente y secretario general, respectivamente. En sus lugares fueron electos el alemán Berthold Huber y Jyrki Raina, de Finlandia.

Malentacchi ofreció un amplio informe de actividades, en el cual evaluó la situación laboral en varios países y destacó puntualmente la lucha de los mineros mexicanos desde hace más de tres años.


Embotelladoras venden el agua 10 mil veces más cara: experto

Parte de la estrategia es convencer de que el líquido de la llave es dañino, aunque no garantizan que el envasado es mejor

En México explotan el hecho de que hay malos servicios de potabilización

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El negocio del agua embotellada amenaza con limitar el acceso al recurso sólo a las personas que puedan pagar por él, advierte Tony Clarke en entrevista con La JornadaFoto José Carlo González

Angélica Enciso L.

El negocio del agua embotellada que se extiende en el planeta amenaza con limitar el acceso al líquido sólo a las personas que puedan pagar por ella hasta 10 mil veces su valor.

Se trata de una fase más de la privatización del recurso, en la cual las empresas buscan controlar todos los recursos hídricos, advierte Tony Clarke, autor del libro Embotellados, el turbio negocio del agua embotellada y la lucha por la defensa del agua.

Son cuatro las grandes empresas que generalmente no pagan el producto que envasan y tampoco hay garantías de que sea más saludable –como promueven– que el que sale de la llave. En este momento quieren aprovechar los territorios de América Latina para expandirse, ante la resistencia que ya enfrentan en Canadá y Estados Unidos, señala Clarke en entrevista con La Jornada. En 2002 publicó junto con Maude Barlow el libro Oro azul, en el cual aborda la escasez del agua y su inicial proceso de privatización.

–¿Qué ha pasado entre la publicación de Oro azul y este libro?

–Una de las cosas que tenemos más claras desde que se publicó Oro azul es que en Europa, Canadá y Estados Unidos la punta de lanza de la privatización del agua ha sido embotellarla.

Oro azul

“El objetivo de privatizar 70 por ciento de los servicios públicos de agua, que era la proyección de empresas como Suez y Veolia, fue un fracaso. Después de Oro azul nos dimos cuenta de que teníamos que enfocarnos hacia la otra parte del proceso de privatización, que es la industria del agua embotellada. Parte de la esa estrategia consiste en convencer a la gente de que beber el agua de la llave es dañino para la salud y es más saludable la embotellada, con lo que se favorecería la privatización por ambas vías: si ya pagas mil o hasta 10 mil veces más por la que consumes envasada, por qué no aceptar que se privatice el servicio público. Cerca de un tercio de la población en Estados Unidos y Canadá cubre sus necesidades de hidratación directamente del agua embotellada”.

–¿Los pobres tienen que pagar más por el agua?

–No sólo van a pagar más. Al mismo tiempo, mediante el consumo de agua embotellada, contribuyen a la degradación y la destrucción ambiental. Las botellas de plástico terminan en basureros a cielo abierto, en rellenos sanitarios e incluso en los ríos. El reciclaje de envases no funciona, ya que de las botellas de Coca Cola sólo 10 por ciento es reciclable.

“Además –agrega–, no existe ninguna garantía de las empresas de que el agua que venden es más limpia, pura y saludable que la que recibimos por el grifo en nuestras casas”.

–¿Cuáles son las ganancias de estas firmas?

–Nestlé es la principal empresa alimentaria del planeta; está entre las 15 primeras de la lista de 500 de Fortune, y la división de agua embotellada es la que más rápido ha crecido en ganancias en todo el mundo. En el caso de Coca Cola y Pepsi Cola, que venden bebidas carbonatadas, éstas han empezado a ser desplazadas por el agua, rubro que para ellas también es una fuente de ingresos creciente.

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Tony ClarkeFoto Arturo Campos Cedillo

En este libro se menciona que las ganancias son hasta de 35 por ciento, pero en un análisis más cuidadoso vemos que prácticamente no pagan nada por el agua, ya que la obtienen de las redes públicas, de acuíferos o ríos. Los costos provienen de los empaques y de la publicidad, la cual está dirigida al público en el sentido de que es mejor consumir el agua que venden, pero por la cual ellas no pagan.

–¿A qué nivel de privatización de agua se puede llegar?

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