jueves, noviembre 20, 2008

AGENDA CIUDADANA
¿Y la Revolución de 1910?

Lorenzo Meyer,
Reforma,
20 Nov. 08

La Revolución Mexicana tiene aún mensajes para nosotros, no todos positivos pero sí el principal

- ¿Aniversario relevante?


A primera vista, parecería que hoy lo único agradecible que queda de la obra de Francisco I. Madero es el día de asueto oficial con que conmemoramos el 98 aniversario de la Revolución Mexicana. Sin embargo, de acuerdo a una encuesta de María de las Heras, ése no es el caso. El 62 por ciento de los mexicanos considera que "le debemos mucho a la Revolución de 1910" y apenas un 14 por ciento no siente tener deuda alguna con ese movimiento. Es más, el 51 por ciento de los entrevistados está consciente de que lo que queda de esa Revolución -los principios- está bajo ataque desde que el PAN asumió el poder (Milenio, 17 de noviembre).

Tanto para bien como para mal, el México de hoy no se entiende sin tomar en cuenta la Revolución que se inició en 1910. Ese movimiento causó muchos sufrimientos pero también resultó constructivo. Por un lado, acabó con una oligarquía terrateniente y por otro nos dejó la Constitución que aún nos rige (claro, con 400 y pico de reformas), cuyo espíritu es propiciar un México menos injusto que el heredado de la Colonia y del siglo XIX. Claro, al final la Revolución también nos legó al PRI, a su longevo sistema autoritario y a una nueva oligarquía. Lo sucedido a la Revolución entre 1910 y 1916 explica la legislación laboral pero su aplicación posterior explica a la CTM, o al SNTE y a unos liderazgos sindicales en extremo corruptos. La reforma agraria explica la evolución de la estructura de la propiedad agrícola, la Constitución de 1917 permite entender la naturaleza de la posterior relación Iglesia-Estado y la reacción de los revolucionarios a las presiones norteamericanas constituye el elemento fundamental de lo que aún queda de nacionalismo.



- Las revoluciones que nunca fueron

Este aniversario del inicio de un movimiento de rebeldía contra un entramado institucional concentrador del poder, de la propiedad, del ingreso y de los honores ofrece la posibilidad de explorar, aunque sea someramente, algunas de las características de tan señalada etapa de nuestra historia.

Para empezar, está la tesis radical elaborada por el profesor Ramón Eduardo Ruiz -un connotado historiador mexicano-americano- en el sentido de que el movimiento que se desarrolló en México entre 1910 y 1920 no alcanzó la categoría de revolución -no transformó de raíz la estructura jurídica ni las relaciones de producción- sino una gran rebelión (así se titula su libro) campesina.

Luego están las revoluciones que pudieron haber sido pero que finalmente fueron aplastadas. Para empezar, la que intentó encabezar en el norte Catarino Garza, cuyo plan de septiembre de 1891 proponía, además de deshacerse de Porfirio Díaz y convocar a elecciones, distribuir todas las tierras que estuvieran libres a quienes se comprometieran a cultivarlas. En esta lista también cabrían algunos movimientos populares como la extraña y conmovedora rebeldía de los tomochitecos de Chihuahua, que estalló en 1891 y que encabezó Cruz Chávez, un personaje forzado a la rebelión por no hacer concesiones al Estado, ni a la Iglesia, y cuyas divisas fueron: "Viva el poder de Dios y mueran los hijos de Lucifer" y "Religión e independencia".

Ya en el siglo XX destaca por su modernidad y radicalismo el proyecto de los hermanos Flores Magón, anarquistas que no se conformaron con poner fin a la antidemocracia porfirista sino que se propusieron seguir de frente hasta instalar a México en el socialismo, pues "La libertad política sin la libertad económica es una mentira"; fue entonces que se acuñó el lema "Viva tierra y libertad". Desde luego, esta lista es más larga.



- Las que casi fueron

Entre 1914 y 1916 se decidió, de nuevo por la vía de las armas, qué partes de la Revolución Mexicana sobrevivirían y cuáles tendrían que morir. Sobrevivió el carrancismo y su visión de clase media, aunque con rasgos progresistas. El tipo de revoluciones que fueron aplastadas son las que tenían el liderazgo y el contenido popular más claro. El villismo fue básicamente norteño, con raíces en ese México del siglo XIX que se formó en la guerra contra los indios nómadas, relativamente lejos de las instituciones del gobierno central y de la Iglesia Católica, y en la cercanía con Estados Unidos, en donde encontró mercado para lo que expropiaba o producía y donde consiguió pertrechos para su División del Norte. El villismo se acabó en 1915 en los campos de batalla del Bajío. Cuando Villa fue asesinado en 1923, del villismo sólo quedaba el recuerdo.

El zapatismo fue producto del México campesino e indígena y de las viejas resistencias de las comunidades del centro-sur. Terminó aislado y sometido a una terrible guerra de desgaste que llegó a su punto máximo con el asesinato de su jefe en 1919. Sin embargo, tras la caída de Carranza en 1920, pudo recibir de manos de los nuevos líderes -los sonorenses- el estado de Morelos que, por otra parte, ya era sólo una sombra de lo que había sido 10 años atrás.



- Devorando a sus hijos

Dentro de todas las revoluciones se ha dado la lucha por el poder. La Revolución devoró a muchos de sus hijos. Los casos más notorios pueden dar forma a una lista larga: Pascual Orozco, que de maderista terminó en huertista y fue asesinado en 1915. Carranza, de Presidente pasó a perseguido y asesinado por los suyos en 1920. Adolfo de la Huerta terminó en el exilio, pero muchos de los generales que le apoyaron en 1923 contra Obregón y Calles no alcanzaron a escapar. Francisco Serrano y Arnulfo R. Gómez fueron otros tantos ejemplos de purgas que arrastraron a muchos más.



- La contra

A toda revolución le corresponde una contrarrevolución y, en el caso mexicano, varias. Félix Díaz, el sobrino del dictador, es la encarnación misma de los esfuerzos contrarrevolucionarios; los inició en 1912 con un levantamiento en Veracruz en contra Madero y los siguió a lo largo de todo ese decenio teniendo a Oaxaca y Veracruz como su base geográfica. Manuel Peláez, el terrateniente veracruzano apoyado por las empresas petroleras, escribió el último capítulo de este esfuerzo que se cerró en 1920.

El gran momento de Félix Díaz fue el derrocamiento de Madero en 1913, pero tuvo poco tiempo para disfrutarlo, pues la victoria se la arrancó, literalmente, de las manos un personaje más astuto y duro que él: Victoriano Huerta. El general Huerta llevó a cabo el único intento auténtico por militarizar a México, pero el esfuerzo fracasó en 1914 y el precio a pagar fue la disolución del Ejército federal y el fin de las posibilidades de la vieja oligarquía.

El movimiento cristero, empeñado en volver en los 1920 a la Constitución de 1857 pero previa eliminación de esos aspectos que chocaban a la Iglesia Católica, significó el último gran esfuerzo francamente contrarrevolucionario. Al final, la guerra cristera (1926-1929) dejó a los contendientes más o menos en las mismas posiciones en que se encontraban al inicio del brutal conflicto. Los herederos de los cristeros, los sinarquistas, ya no intentaron lograr su objetivo por la vía armada, aunque no dejaron de considerar sus posibilidades.

Finalmente, la contrarrevolución no triunfó en su choque directo con sus enemigos sino que logró aprovechar lo que Daniel Cosío Villegas llamaría el fracaso moral de la Revolución para ganar desde adentro. Los primeros pasos los dio durante el "maximato" (1928-1935) pero realmente sólo pudo empezar la conquista interna en el sexenio de Miguel Alemán (1946-1952), para terminar dueña del campo como resultado del desastre creado por la crisis económica de 1982, cuando las circunstancias le facilitaron imponer el proyecto neoliberal al final de ese decenio.



- Conclusión: la parte brillante

En la Soberana Convención de Aguascalientes (1914) y en el Congreso Constituyente de Querétaro (1916) se expusieron las mejores propuestas para dar forma al nuevo proyecto nacional, a ese que debería de sustituir al de "orden y progreso" del Porfiriato. El proyecto quedó bien armado con el "Plan Sexenal" de 1933, documento que serviría de plataforma electoral al general Lázaro Cárdenas. Hoy queda claro que el mejor momento de la Revolución fue el gobierno de Cárdenas (1934-1940). Ahí, gracias a la maniobra que neutralizó la influencia del general Calles, la Revolución pudo tensar al máximo las cuerdas en pro de la justicia social -reforma agraria, educación y sindicalismo-, del nacionalismo constructivo -expropiación petrolera- y de la solidaridad internacional -apoyo a la República española y condena del imperialismo fascista. Hoy, lo que queda de positivo de la Revolución Mexicana es la legitimidad de sus metas y el ejemplo del esfuerzo por hacer de la mexicana una sociedad justa. Vale la pena conmemorar eso.

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