lunes, noviembre 17, 2008

Cumbre G-20

CUMBRE G-20. UN ESCENARIO INCOHERENTE QUE ES NECESARIO REESCRIBIR COMPLETAMENTE


­por Damien Millet y Éric Toussaint, del Comité por la Anulación de la Deuda del Tercer Mundo (CADTM), http://www.cadtm.org; traducido por Guillermo Parodi


La cumbre del G-20, que tuvo lugar en Washington y congregó a los grandes países industrializados y emergentes, es un fiasco. La crisis financiera internacional es profunda, las Bolsas perdieron cerca de 40% de su capitalización en octubre de 2008, los mercados financieros dependen de las decisiones tomadas por los Estados para aportar remedios que aclararían su futuro, hoy bien tenebroso. Los focos de actualidad internacional apuntaron durante un fin de semana sobre Washington. Y sin embargo…

Sin embargo, ¿qué pasó en Washington? Se representó un triste espectáculo, un escenario francamente carente de credibilidad, que conmovió a muy pocos espectadores. En las películas policiales, aparecería como bastante extraño que las llaves del Tribunal de Justicia se confíen a los culpables de un crimen abominable. Es, sin embargo, lo que el G20 está organizando…

Desde la crisis de la deuda de 1982, los grandes países industrializados promovieron con vigor medidas económicas neoliberales que el FMI y el Banco Mundial se encargaron de imponer a los países en desarrollo. El Sur, apresado por un sobreendeudamiento causado por la caída de los precios de las materias primas durante las décadas 1980-90 y por un alza brutal de los tipos de interés decididos por Estados Unidos en 1979, se vio obligado a reformar su economía para poder cumplir con sus acreedores, a elección: desregulación loca, privatizaciones masivas, apertura de los mercados en favor de las grandes empresas de los países industrializados, reducción de los presupuestos sociales y de la función pública…Todos los males provenían —según el pensamiento impuesto—, de un exceso de Estado, y era necesario reducir su influencia sobre la esfera económica a toda costa, incluso —y sobre todo— si pretendía defender el interés del mayor número de personas.

Para las poblaciones del Tercer Mundo, el remedio impuesto por el FMI, el Banco Mundial y luego la OMC, a petición de los dirigentes de los países del Norte, fue peor que la enfermedad. Los levantamientos antiFMI se multiplicaron, por ejemplo cuando el precio del pan se duplicaba en una noche. Con la notable excepción de algunos gobiernos de izquierda, a menudo muy desestabilizados tras bastidores para que vuelvan al redil, la mayoría de los gobiernos del Sur aplicó estas medidas sin pestañar. Presentada como indispensable para la creación de riqueza, la desregulación económica se extendió al planeta entero. Las instituciones financieras privadas entonces tuvieron las manos libres para inventar productos financieros cada vez más complejos con el fin de acumular cada vez mayores beneficios, libres para cerrar los ojos sobre las consecuencias económicas reales. Se crearon algunos ingenios financieros que confundían sin permitir el menor control de las autoridades, y por supuesto sin ninguna moral. Mientras eso fue posible, se disimuló la cara indeterminada de esta desregulación detrás de despreciables bonitas cifras de crecimiento, sin revelar que este crecimiento se refería solamente a los más ricos y que se asistía en realidad a un crecimiento extraordinario de desigualdades.

Más tarde llegó el momento en que ya no fue posible afirmar que la novia era bonita cuando su vestido estaba manchado de sangre. La crisis financiera internacional se desencadenó en agosto de 2007 y se agravó durante el año 2008. Grandes bancos (Northern Rock, RBS, Bear Stearns, ING, Fortis, Dexia, UBS y tanto de otros), grandes compañías de seguro (AIG), grandes organismos de crédito hipotecario (Freddy Mac, Fannie Mae) pidieron ayuda al Estado que menudo aceptó reflotarlos u organizar su rescate. Pero el Estado, en vez de aprovechar la ocasión para retomar el control de esta mecánica infernal que se volvió loca, dejó el poder de decisión en manos de los que pidieron ayuda, o sea en manos de los mismos que condujeron la economía mundial al callejón sin salida actual.

Esta cumbre del G20 es reveladora de que no se aprendió ninguna lección. Los viejos demonios del pasado están siempre allí. El FMI y el Banco Mundial, aunque deslegitimados por el fracaso de las medidas impuestas desde hace 25 años y por la crisis de gobernabilidad que los afecta desde hace unos años (dimisión forzada de Paul Wolfowitz de la Presidencia del Banco Mundial, dimisiones de Horst Köhler y Rodrigo Rato del FMI antes del final de su mandato, reciente investigación en torno a Dominique Strauss-Kahn en el FMI), están todavía en el centro de las soluciones propuestas. La reanudación de las negociaciones en la OMC para aumentar la desregulación económica, que acaba de demostrar su fracaso, se vuelve a poner sobre el tapete. Mientras que hasta hace poco los préstamos del FMI ya no encontraban interesados, ahora aparecieron Hungría, Ucrania y Pakistán como interesados. Contrariamente a las denegaciones de las instituciones en cuestión, las mismas condicionalidades inadmisibles están todavía en vigencia: como contrapartida del último préstamo, Hungría debió decidir entre otras cosas la supresión del decimotercer sueldo (aguinaldo) y la congelación de los salarios para los funcionarios. El Japón incluso ha propuesto proporcionar hasta 100 mil millones de dólares al FMI para que pueda aumentar sus préstamos y proseguir su desastrosa acción. Por otra parte, la reunión de Washington para encontrar una solución mundial a la crisis actual no se celebra en el marco de las Naciones Unidas, sino en el marco limitado del G20. Son pues los promotores de un modelo injusto y no viable a largo plazo los encargados de resolver el problema. Las únicas soluciones propuestas defienden el interés de los grandes acreedores. Las poblaciones y los países pobres, como es habitual, no tienen participación.

Cuando un escenario se presenta tan incoherente y tan mal armado, siempre se espera una reacción que aporte un poco de justicia y moral al conjunto. Esta reacción no puede provenir sino de las luchas sociales que impondrán en todo el mundo una reorientación radical de las elecciones económicas. Y si la película termina tan mal como comenzó, el riesgo es grande: que los espectadores estén de verdad muy descontentos y lo hagan saber a los veinte promotores de la Cumbre de manera más bien vehemente…

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