Ximena Peredo
10 Nov. 08
Nunca ningún Presidente nos había recetado los funerales de su mejor amigo como homenaje nacional. Siendo el integrante más cuestionado del gabinete, pesaban sobre Juan Camilo Mouriño pruebas inculpatorias sobre contratos en Pemex que él mismo otorgó a su familia siendo Subsecretario de Energía en el sexenio pasado.
Por mucho menos que eso se abren procesos de responsabilidad penal, sin embargo, y sólo por ser amigo íntimo de Calderón, la justicia prefirió olvidar y se le da trato de héroe nacional.
Tengo la incómoda impresión de que hemos recaído en uno de los vicios más graves del despotismo: nadie contradice las emociones presidenciales, y éstas son recetadas a todo el País como decisiones de gobierno.
Con esto no sólo me refiero a los exagerados funerales de Estado con que se condecoró especialmente a Mouriño, sino a la desajustada orden presidencial de recordarlo como un hombre honesto y patriota, como una víctima de difamación y un perseguido por causa de la justicia.
Con la muerte de Mouriño no desaparece lo que sabíamos de él ni de su familia. ¿Por qué al morir se convierte en un personaje bienaventurado?
En un apretado estira y afloje, el IFAI ordenó el viernes pasado a la PGR entregar la información oficial generada por España sobre la investigación que sobre lavado de dinero pesa sobre el padre del ex Secretario de Gobernación, Carlos Manuel Mouriño Atanes, millonario español, dueño, casi monopólico, de las gasolineras del sureste del País y presidente del club de futbol español Celta de Vigo.
Pero nada de esto me afecta tanto como el trato de "menores de edad" que venimos recibiendo los mexicano del Gobierno federal. Estamos condenados a pepenar pedazos de verdades para formar nuestra opinión.
Supimos, por ejemplo, que Ernestina Ascencio Rosario no murió de gastritis en el 2007 como lo ordenó Felipe Calderón, sino por una hemorragia producto de una violación tumultuosa en la Sierra de Zongolica, en Veracruz, luego de que la mujer de 72 años declarara que los soldados se le fueron encima. El caso merece ser recuperado porque nos advierte de la perversidad con que este Gobierno maquilla los acontecimientos.
Es interesante la omisión deliberada de Calderón de las funciones que realizaba José Luis Santiago Vasconcelos, referente indiscutible en la lucha contra la delincuencia organizada, en sus discursos y en los honores rendidos a los muertos de la tragedia del 4 de Noviembre. Miguel Ángel Granados Chapa, en su columna del viernes pasado, advierte esta indiferencia oficial como una estrategia para debilitar la hipótesis de un atentado.
¿Por qué ignorar a Santiago Vasconcelos, si finalmente es del único del que se puede rescatar una trayectoria como funcionario público?
Sorprende la evidente resistencia de Calderón a rendir honores al responsable de la captura de Osiel Cárdenas y de las últimas extradiciones de capos a Estados Unidos, quien sufrió atentados y amenazas de muerte, y quien servía de interlocutor entre el Ejército y la DEA. ¿Por qué fue separado recientemente de su cargo y puesto en uno de mucha menor importancia como encargado de la reforma penal?
Tengo la sospecha de que Calderón sabe que se trató de un atentado. ¿Por qué utiliza un discurso inflado de nacionalismo?, ¿por qué asegura que estas pérdidas no nos detendrán sino que, al contrario, nos impulsarán?, ¿por qué eligió el Campo Marte, un espacio militar, para el homenaje póstumo? Éstos son indicadores de que alguien, no una falla técnica o falta de pericia, lo ha ofendido gravemente.
La tragedia del 4 de noviembre formará parte de las verdades oficiales que flotan en la historia nacional como deshonrosas mentiras.
ximenaperedo@yahoo.com.mx
10 Nov. 08
Nunca ningún Presidente nos había recetado los funerales de su mejor amigo como homenaje nacional. Siendo el integrante más cuestionado del gabinete, pesaban sobre Juan Camilo Mouriño pruebas inculpatorias sobre contratos en Pemex que él mismo otorgó a su familia siendo Subsecretario de Energía en el sexenio pasado.
Por mucho menos que eso se abren procesos de responsabilidad penal, sin embargo, y sólo por ser amigo íntimo de Calderón, la justicia prefirió olvidar y se le da trato de héroe nacional.
Tengo la incómoda impresión de que hemos recaído en uno de los vicios más graves del despotismo: nadie contradice las emociones presidenciales, y éstas son recetadas a todo el País como decisiones de gobierno.
Con esto no sólo me refiero a los exagerados funerales de Estado con que se condecoró especialmente a Mouriño, sino a la desajustada orden presidencial de recordarlo como un hombre honesto y patriota, como una víctima de difamación y un perseguido por causa de la justicia.
Con la muerte de Mouriño no desaparece lo que sabíamos de él ni de su familia. ¿Por qué al morir se convierte en un personaje bienaventurado?
En un apretado estira y afloje, el IFAI ordenó el viernes pasado a la PGR entregar la información oficial generada por España sobre la investigación que sobre lavado de dinero pesa sobre el padre del ex Secretario de Gobernación, Carlos Manuel Mouriño Atanes, millonario español, dueño, casi monopólico, de las gasolineras del sureste del País y presidente del club de futbol español Celta de Vigo.
Pero nada de esto me afecta tanto como el trato de "menores de edad" que venimos recibiendo los mexicano del Gobierno federal. Estamos condenados a pepenar pedazos de verdades para formar nuestra opinión.
Supimos, por ejemplo, que Ernestina Ascencio Rosario no murió de gastritis en el 2007 como lo ordenó Felipe Calderón, sino por una hemorragia producto de una violación tumultuosa en la Sierra de Zongolica, en Veracruz, luego de que la mujer de 72 años declarara que los soldados se le fueron encima. El caso merece ser recuperado porque nos advierte de la perversidad con que este Gobierno maquilla los acontecimientos.
Es interesante la omisión deliberada de Calderón de las funciones que realizaba José Luis Santiago Vasconcelos, referente indiscutible en la lucha contra la delincuencia organizada, en sus discursos y en los honores rendidos a los muertos de la tragedia del 4 de Noviembre. Miguel Ángel Granados Chapa, en su columna del viernes pasado, advierte esta indiferencia oficial como una estrategia para debilitar la hipótesis de un atentado.
¿Por qué ignorar a Santiago Vasconcelos, si finalmente es del único del que se puede rescatar una trayectoria como funcionario público?
Sorprende la evidente resistencia de Calderón a rendir honores al responsable de la captura de Osiel Cárdenas y de las últimas extradiciones de capos a Estados Unidos, quien sufrió atentados y amenazas de muerte, y quien servía de interlocutor entre el Ejército y la DEA. ¿Por qué fue separado recientemente de su cargo y puesto en uno de mucha menor importancia como encargado de la reforma penal?
Tengo la sospecha de que Calderón sabe que se trató de un atentado. ¿Por qué utiliza un discurso inflado de nacionalismo?, ¿por qué asegura que estas pérdidas no nos detendrán sino que, al contrario, nos impulsarán?, ¿por qué eligió el Campo Marte, un espacio militar, para el homenaje póstumo? Éstos son indicadores de que alguien, no una falla técnica o falta de pericia, lo ha ofendido gravemente.
La tragedia del 4 de noviembre formará parte de las verdades oficiales que flotan en la historia nacional como deshonrosas mentiras.
ximenaperedo@yahoo.com.mx
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