Vicente Fox dio inicio a la práctica de utilizar asesores extranjeros para asuntos electorales, y a juzgar por las circunstancias es posible que al menos Rob Allyn, verdadero autor de sus “memorias”, lo haya asesorado también en la toma de decisiones de Estado. Todo indica que la estrecha relación entre Fox y Allyn, el publirrelacionista texano que lo llevó a la presidencia de México, fue más allá de la elección del 2 de julio de 2000.
Las “memorias”, escritas por Allyn y publicadas en Estados Unidos en un tiempo récord, justo al final del sexenio, indican una intensa relación de trabajo que se prolongó hasta el final del mandato. ¿De qué otra manera Allyn, autor e instigador de unas “memorias” destinadas a vender su nombre junto al de Vicente Fox en el mundo empresarial estadunidense, pudo conocer oportunamente, y con tanto detalle, temas como el pretendido desafuero de López Obrador? Es posible que este hábil asesor, con experiencia electoral en varios países, haya sido el autor principal de una estrategia claramente destinada a deshacerse del único obstáculo que podría frustrar la elección de un sucesor como Santiago Creel o Marta Sahagún, que garantizara la continuidad.
Sin la activa participación de Allyn en el sexenio hubiera sido imposible que Fox, dedicado a entregar la presidencia, y a la tarea de manipular ilegalmente la elección de 2006, pudiese haber mantenido a Allyn informado al detalle sobre eventos minuciosamente redactados en un libro titulado con desvergüenza La revolución de la esperanza. (¿Fox, autor de una falsa transición democrática, mostrado a los ojos de futuros clientes multinacionales con los atributos de innovadores como Lech Walessa o Mikhail Gorbachev?) Así que la pregunta es obligada: ¿qué tanto participó Allyn en asuntos y decisiones de Estado? ¿Fue él, junto con el defenestrado Santiago Creel, el autor del desafuero? Para una democracia incipiente es un peligro importar asesores extranjeros y estrategias diseñadas en otros países. Al parecer Dick Morris, el asesor que fue factor decisivo en las debatidas elecciones mexicanas de 2006, hizo mucho más que acuñar la frase que resultó letal para el PRD: “López Obrador es un peligro para México”. Su consejo influyó seguramente en la decisión que llevó a las cúpulas empresariales mexicanas a financiar millones de pesos de propaganda soterrada, conocida en Estados Unidos como Swift boating: la estrategia que destruyó la campaña presidencial de John Kerry. (En esa campaña, un grupo de veteranos de Vietnam, que participaron con Kerry en las lanchas cañoneras, Swift boats, que patrullaban las aguas vietnamitas, produjeron supuestamente motu proprio, pero con formidables contribuciones de millonarios anónimos, comerciales maliciosos destinados a cuestionar el heroísmo de Kerry: “Kerry no tiene el patriotismo requerido para ser presidente de Estados Unidos”, era el mensaje.)
En México, la estrategia sucia del Swift boating diseñada por Morris fue más allá: convirtió al candidato del PRD en “un peligro para México”. Resulta increíble que con experiencias como las de Allyn y Morris la reciente reforma a nuestra legislación electoral no haya prohibido categóricamente la participación de “asesores” o “estrategas” extranjeros en campañas políticas mexicanas (una intervención que, por otra parte, viola el artículo 33 de la Constitución).
¿Continuará Morris asesorando a Calderón? La pregunta es obligada frente a las elecciones legislativas de 2009, con respecto a las cuales el presidente del PAN ya declaró que el enemigo a vencer es el PRI, dando por muerto al PRD. (¿Se está montando acaso un escenario en el que todo el Partido de la Revolución Democrática va a resultar “un peligro para México”?) La posible participación de asesores extranjeros podría ser el motivo por el cual el gobierno actual, en la mejor tradición de Washington, está más dedicado a impulsar la imagen de Calderón, y a mantener a Acción Nacional en el poder, que a la tarea de gobernar. Todo apunta en ese sentido: el despegue espectacular de la campaña de 2009, la publicidad constante sobre una guerra contra el crimen organizado, que irónicamente está ganando el crimen organizado, y el desprecio por el PRD (¿hemos regresado al “ni los veo ni los oigo” de Carlos Salinas?) Un hecho que recuerda tácticas de administraciones siniestras, como las de Richard Nixon y George W. Bush, es el “espionaje preventivo” contra futuros adversarios políticos. Scott MacClellan, ex vocero de Bush, puso el dedo en la llaga con su reciente libro, What happened? (¿Qué pasó?).
Con el advenimiento de Bush –dice McClellan– Washington entronizó una política conocida como “campaña permanente”, en la que publirrelacionistas de prestigio son contratados de tiempo completo, desde el primer día del nuevo gobierno, para librar una campaña sin cuartel que mantenga a toda costa la popularidad del presidente, destruya a la oposición, y asegure la continuidad del partido en el poder. Aunque las cosas están saliendo al revés, todo indica que México vive esa situación.
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