14 Nov. 08
Ya no nos pega lo duro, sino lo tupido: la violencia, la baja del precio del petróleo, la caída de las remesas por el regreso de los paisanos y, por otro lado, el cierre de pequeñas, medianas y grandes empresas. Este escenario de un clima económico tan delicado nos deja entrever que tanto Gobierno como instituciones de beneficencia pública o privada tendrán un arduo trabajo el año próximo.
Por cierto, Manuel Arango, presidente honorario vitalicio del Centro Mexicano para la Filantropía, señaló que no sólo se necesita transparencia total en los recursos que otorga el Gobierno y saber a dónde van, sino también urge claridad en el rendimiento de cuentas de las instituciones sin fines de lucro.
El comentario de Arango implícitamente nos indica que el rendimiento de cuentas en este país es escaso tanto en el Gobierno como en las instituciones de beneficencia pública y privadas.
El Gobierno otorga amplios beneficios fiscales para que las instituciones de beneficencia privada tengan incentivos. Sin embargo, es común que abunden los casos donde detrás de los centros de filantropía se manejan abusos y tropelías fiscales.
Es más, existen instituciones públicas o privadas dedicadas al bien común que se jactan de que la Ley los protege para no tener transparencia y claridad en su rendición de cuentas. Las autoridades tendrán que cambiar estas reglas, ya que la transparencia absoluta es la única que garantiza que no se despierten sospechas de malos manejos que se encaminen a intereses específicos.
Hay que iniciar haciendo conciencia ante la grave situación que vivimos, pues, implícitamente, la comunidad reclama que tanto el Gobierno como la IP reinyecten confianza. El escenario de desilusión y desesperanza avanza, y se visualiza con mayor claridad que vivimos en un país donde la corrupción es parte integral de nuestra idiosincrasia.
La corrupción no sólo se encuentra dentro del sector gobierno y del sindicalismo. También es indispensable subrayar que la ética empresarial en muchísimos casos ha fallado, transformándose en una corriente oscura donde, de manera irresponsable, se pone en peligro el bien común.
Es fundamental que los abusos y corrupciones que se dan dentro de la iniciativa privada deben ser cuestionados y sancionados. No dudamos de que el capitalismo es el mejor motor para el desarrollo de un país, pero siempre y cuando sea un capitalismo con responsabilidad social.
¡Ya basta de que muchos empresarios jueguen con sus empresas como si fueran casinitos!
Hoy, ante la situación en que se encuentran algunas grandes empresas, vale la pena cuestionar: ¿dónde estaban los comités que miden los riesgos al tomar decisiones?, ¿y los que auditan con expertos contables el estado económico de una empresa?
Esa avaricia desmedida costará miles de empleos y enormes deudas que quedarán a la deriva. Aparecen también pérdidas sufridas por millones de pequeños inversionistas. Y volvemos a la afirmación que dijo López Portillo: "Empresarios ricos, empresas pobres".
Ante este escenario, lo primero es aceptar que nuestra crisis no sólo es económica o de alimentos, sino también de valores.
Nada menos el martes pasado, en el arranque de la 86 Asamblea Plenaria de la Conferencia del Episcopado Mexicano, el Cardenal chileno Francisco Javier Errázuriz dijo que en México, como en toda América Latina, son muchos los cristianos que desconocen los principios sociales de la Iglesia católica. Incluso cuestionó que cómo es posible que habiendo tantos católicos en la región se permitiera tal desigualdad.
Da gusto que, después de tantas lecciones no aprendidas, la Iglesia católica empiece a reconocer "que la voracidad por tener mayores ingresos sin conciencia ética es lo que ha llevado al mundo a crisis económicas como la que actualmente vivimos".
Si no se tiene una regulación con principios éticos, como se advirtió ahí mismo, podríamos llegar a un desastre en la humanidad entera.
Así que "el que tenga oídos, que oiga".
irma_mtz@prodigy.net.mxPor cierto, Manuel Arango, presidente honorario vitalicio del Centro Mexicano para la Filantropía, señaló que no sólo se necesita transparencia total en los recursos que otorga el Gobierno y saber a dónde van, sino también urge claridad en el rendimiento de cuentas de las instituciones sin fines de lucro.
El comentario de Arango implícitamente nos indica que el rendimiento de cuentas en este país es escaso tanto en el Gobierno como en las instituciones de beneficencia pública y privadas.
El Gobierno otorga amplios beneficios fiscales para que las instituciones de beneficencia privada tengan incentivos. Sin embargo, es común que abunden los casos donde detrás de los centros de filantropía se manejan abusos y tropelías fiscales.
Es más, existen instituciones públicas o privadas dedicadas al bien común que se jactan de que la Ley los protege para no tener transparencia y claridad en su rendición de cuentas. Las autoridades tendrán que cambiar estas reglas, ya que la transparencia absoluta es la única que garantiza que no se despierten sospechas de malos manejos que se encaminen a intereses específicos.
Hay que iniciar haciendo conciencia ante la grave situación que vivimos, pues, implícitamente, la comunidad reclama que tanto el Gobierno como la IP reinyecten confianza. El escenario de desilusión y desesperanza avanza, y se visualiza con mayor claridad que vivimos en un país donde la corrupción es parte integral de nuestra idiosincrasia.
La corrupción no sólo se encuentra dentro del sector gobierno y del sindicalismo. También es indispensable subrayar que la ética empresarial en muchísimos casos ha fallado, transformándose en una corriente oscura donde, de manera irresponsable, se pone en peligro el bien común.
Es fundamental que los abusos y corrupciones que se dan dentro de la iniciativa privada deben ser cuestionados y sancionados. No dudamos de que el capitalismo es el mejor motor para el desarrollo de un país, pero siempre y cuando sea un capitalismo con responsabilidad social.
¡Ya basta de que muchos empresarios jueguen con sus empresas como si fueran casinitos!
Hoy, ante la situación en que se encuentran algunas grandes empresas, vale la pena cuestionar: ¿dónde estaban los comités que miden los riesgos al tomar decisiones?, ¿y los que auditan con expertos contables el estado económico de una empresa?
Esa avaricia desmedida costará miles de empleos y enormes deudas que quedarán a la deriva. Aparecen también pérdidas sufridas por millones de pequeños inversionistas. Y volvemos a la afirmación que dijo López Portillo: "Empresarios ricos, empresas pobres".
Ante este escenario, lo primero es aceptar que nuestra crisis no sólo es económica o de alimentos, sino también de valores.
Nada menos el martes pasado, en el arranque de la 86 Asamblea Plenaria de la Conferencia del Episcopado Mexicano, el Cardenal chileno Francisco Javier Errázuriz dijo que en México, como en toda América Latina, son muchos los cristianos que desconocen los principios sociales de la Iglesia católica. Incluso cuestionó que cómo es posible que habiendo tantos católicos en la región se permitiera tal desigualdad.
Da gusto que, después de tantas lecciones no aprendidas, la Iglesia católica empiece a reconocer "que la voracidad por tener mayores ingresos sin conciencia ética es lo que ha llevado al mundo a crisis económicas como la que actualmente vivimos".
Si no se tiene una regulación con principios éticos, como se advirtió ahí mismo, podríamos llegar a un desastre en la humanidad entera.
Así que "el que tenga oídos, que oiga".
Nota: Capitalismo con responsabilidad? mmm... Tal vez esté pensando en los países escandinavos que representan Estados con políticas de bienestar social, las cuales logran paliar los efectos que ese motorcito fundamental del capitalismo provoca con su finalidad única: la ganancia.
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