viernes, noviembre 14, 2008

Ocasión para mudar


Luis Eduardo Villarreal Ríos, El Norte
14 Nov. 08


Una vez acaecida la crisis financiera mundial desatada por el derrumbe de Wall Street surgieron voces autorizadas como la de Joseph Stiglitz, Premio Nobel de Economía, cuestionando el integrismo mercantilista.

"El derribo bursátil", sentencia este crítico de la globalización, "es para el fundamentalismo de mercado lo que la caída del Muro de Berlín fue para el socialismo real, una organización económica no sustentable".

A fin de cuentas, lo que se desplomó en el epicentro del mundo del dinero fue el argumento de la alta utilidad de los mercados financieros a cambio de que éstos administraran riesgos y asignaran capital de manera eficiente.

Pero los colosos de Wall Street no cumplieron dichas tareas; seguían, más bien, sus propias regulaciones, contaban con información anticipada, desataban rumores, inducían apuestas, lucraban en grande.

Esta ideología, que en la mente de algunos se vuelve teología, parte de un principio rector: dar rienda suelta al deseo personal o corporativo de obtener rentabilidad inmediata a costa de casi lo que sea.

George Soros, el mayor de los especuladores, cuenta en su libro "La crisis del capitalismo" cómo se maniobra y se destruyen la confianza y la verdad en los mercados bursátiles, cuyo esquema, por falso y perverso, tenía que derrumbarse un día.

Y no sólo eso: la crisis se llevó consigo otro dogma económico, como ése de que el Estado, ineficiente por naturaleza, debe mantener las manos fuera de la economía, excepto cuando sobreviene la ruina de los grandes.

De hecho la táctica estadounidense fue que el gobierno injertara de entrada 700 mil millones de dólares a los "ganadores", para que la lógica continuase funcionando sin corte de caja por sus errores. Será interesante ver si Obama quiere y puede recomponer el esquema.

Los europeos han sido más astutos. Primero reconocieron la falsedad del modelo, luego ubicaron al Estado no como reparador artificial de empresas insolventes, sino como sujeto económico en los campos más sensibles.

Me parece que cualquier intento por reflotar el neoliberalismo y su componente intrínseco, el capital especulativo, sin regulación de ningún tipo, está condenado a distender la agonía de un modelo en fase terminal.

Contrario a las creencias y principios que George W. Bush defiende -ayer mismo sostuvo que el capitalismo no debía alterarse, pues funcionaba bien-, se requiere otra arquitectura económica, fincada sobre bases no ficticias.

Conste que no me refiero a las exequias del sistema que sustituyó al feudalismo y que confiere preeminencia al capital sobre el trabajo, sino a su versión fundamentalista, la del dinero que hace dinero.

Recordemos que el capital financiero-especulativo es del orden de 167 mil millones de dólares anuales, mientras que el capital real empleado en los procesos productivos gira en torno a los 48 mil millones de dólares anuales.

Ya se vio que propósitos de este tipo, en las actuales condiciones de interdependencia, desencadenan desequilibrios que pueden llevar a la bancarrota a las economías nacionales de países llamados emergentes.

Una crisis como ésta se convierte en ocasión para cambiar. Entendamos que la política debe preceder a la economía, orientándola a la producción sustentable, a la conservación con visión de largo plazo, a la distribución.

Todo lo cual deberá regirse por la ética, cuyos atributos serían la transparencia en la asignación de recursos, el respeto a los derechos humanos, el control democrático de las instancias de poder.


levrios@yahoo.com.mx

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