viernes, diciembre 19, 2008

América Latina recupera a Cuba de nuevo

Juan María Alponte
México y el mundo
19 de diciembre de 2008





La primera Cumbre de América Latina y el Caribe ha planteado, cuando menos, dos cosas significativas: que la región quiere tener voz propia en los organismos financieros y que no se podía continuar con la exclusión de Cuba


La primera Cumbre de América Latina y el Caribe ha planteado, cuando menos, dos cosas significativas: que la región quiere tener voz propia en los organismos financieros y que no se podía continuar con la exclusión de Cuba. La presencia de Raúl Castro en Brasil —donde Luiz Inacio Lula da Silva ha sido la mano maestra— evidencia que no era factible la unidad dejando al margen a Cuba. Es una lección.

La región, en 2008, según la extrapolación de la Cepal, tiene 568.2 millones de habitantes en América Latina y 41.6 millones en el Caribe. En 1950 fueron, en las dos regiones, 159.7 millones; en 1970, a su vez, 278.9 millones. Con todos sus inmensos problemas, la evolución de sus sociedades hacia las democracias modificó la histórica tradición del siglo XIX, y parte del XX, de las guerras civiles y los cuartelazos. El efecto moderador de Brasil (195.1 millones de habitantes en 2008) es relevante y, más aún, porque proviene de un líder que viene del abajo profundo y que ha visto la tragedia social en su propia vida. Su padre, Arístides Inacio da Silva, un labrador de la gleba de la pobreza, abandonó a su familia (12 hijos) para ir a las chimeneas de Sao Paulo. Se llevó, al tiempo, a una prima de su mujer, de 16 años, con la que tuvo otros seis hijos. ¿No dijo, Marx, implacable, que el lecho de la miseria es el lecho de la procreación?

Doña Lindú, la esposa abandonada, pobre a morir, se llevó, también, a sus hijos a Sao Paulo —¡Qué ciudad tan impresionante que no es fácil de olvidar, como tampoco el otro lado, las playas de Copacabana!— y los sacó adelante valiente, poderosa. Lula entraría, así, en la lucha sindical. Aprendió a vivir y morir. Tanto así que se casó con una obrera sindicalista (María de Lourdes) que murió en el parto y se fue de la tierra, mujer e hijo, por algo sabido: el abandono médico y social de los pobres. Él lo explicó: “Me marcó para siempre”.

Se casó con otra sindicalista vibrante y arrojada. Él, a la cabeza de los metalúrgicos impondría, ante la dictadura, una nueva etapa brasileira. Yo, amigo personal de Josué de Castro, expulsado de Brasil, por denunciar el hambre y el “ciclo del cangrejo”. Me explicaba en París, durante su exilio: “Nuestros detritos, en el nordeste, alimentaban a los cangrejos; nosotros los comíamos para sobrevivir”. Josué de Castro sería, por mano de un obispo que le condujo a los estudios, médico.

No se conocieron, pero siempre los fundo en la memoria. Con esos orígenes Luiz Inacio Lula da Silva, hoy barbado de blanco como Homero, llegó a la presidencia de Brasil sin la arrogancia legendaria —¡cómo lo pagan los pueblos!— de los demagogos. Al revés, heredó la generación de los académicos ilustres del progresismo social y económico sin un solo reproche. Aprendió y, desde una moderación implacable, ha encontrado los resortes y los vínculos para no olvidar sus orígenes y no convertirlos en una venganza. Equilibrio apasionado hasta lo desapasionado. Bien difícil.

Me gustaría, memoria breve de la vida, hablar de nuevo con Celso Furtado y su libro abierto: Análisis del modelo brasileiro. Esa herencia intelectual ha pesado sobre ese metalúrgico que, en el poder, ha redescubierto los orígenes, es decir, el “americanismo”. Los insurgentes fueron todos “americanistas”, hasta que se apropió esa denominación Monroe y EU. Lula ha devuelto América a los americanos de 1810. Entre ellos está Hidalgo que firmó un documento histórico, el 13 de diciembre de 1810, como “Generalísimo de América” e Ignacio Allende como “Capitán General de América”. ¿Por qué no lo sabemos?

La Conferencia de Brasil, pese a las diferencias y los taconazos, ha devuelto o está devolviendo a los americanos —así se llamaban en Cádiz los representantes de América en la Constitución de 1812— la América como fraternidad. La deuda con Luiz Inacio Lula da Silva es inmensa.

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