jueves, diciembre 18, 2008

Impone la ALDF medallas al Mérito en Ciencias y Artes

Taibo II, León-Portilla, Pérez Tamayo y Sánchez Sinencio, premiados

Raúl Llanos y Gabriela Romero

Miguel León-Portilla y Paco Ignacio Taibo II, al término de la ceremonia de entrega de la Medalla al Mérito en Ciencias y Artes por la Asamblea Legislativa del Distrito Federal Foto: José Carlo González


En sesión solemne, la Asamblea Legislativa entregó ayer la Medalla al Mérito en Ciencias y Artes 2008 a cuatro prestigiados capitalinos: los científicos Ruy Pérez Tamayo y Feliciano Sánchez Sinencio, así como al historiador Miguel León-Portilla y al escritor Paco Ignacio Taibo II, por las amplias aportaciones para la consolidación y fortalecimiento de esos campos.

El escenario fue un remodelado salón de sesiones, donde algunos diputados perredistas manifestaron su extrañeza e inconformidad con el hecho de que elementos de la Brigada de Fusileros Paracaidistas del Ejército Mexicano, con sus armas de cargo, rindieron honores a la bandera y entonaron el Himno Nacional en el recinto de Donceles y Allende, cuando estaban contemplados para ello la escolta y la banda de guerra de la Secretaría de Seguridad Pública local.

Los primeros en ser reconocidos fueron Pérez Tamayo y Sánchez Sinencio, cuya currícula fue leída en tribuna por la presidenta de la Comisión de Ciencia de la ALDF, Gloria Cañizo. Del primero, destacó su larga trayectoria profesional en la investigación científica en salud, que le ha valido innumerables premios y reconocimientos nacionales e internacionales, consolidándolo como uno de los filósofos, historiadores y divulgadores de la ciencia más reconocidos de México.

Del segundo resaltó sus atributos como uno de los físicos más destacados y con amplio reconocimiento internacional, y precisó que entre sus desarrollos tecnológicos se encuentra la máquina procesadora de maíz para obtener tortillas con un mínimo de gasto de agua y de tiempo. Al hablar ante los legisladores, el galardonado lamentó los escasos recursos que se le asignan al desarrollo tecnológico en el país.

Siguió después el turno para León-Portilla y Taibo II. En esta ocasión, a Mauricio Toledo, presidente de la Comisión de Cultura de la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, le tocó hacer la semblanza, y resaltó la importancia de retomar su ejemplo en estos tiempos marcados por la violencia y la inseguridad.

Del autor de La visión de los vencidos evocó su incansable labor como antropólogo, historiador, filólogo, filósofo, investigador de documentos prehispánicos y conocedor y difusor, como pocos, de la cultura náhuatl. Luego éste tomó la palabra y dejó en claro el entrañable cariño que le guarda a la Ciudad de México, y confió en que tendrá un destino mejor. Incluso, por primera vez en la historia de la Asamblea Legislativa del Distrito Federal se oyó, en lengua náhuatl, la profética frase: “En tanto que dure el mundo, no acabará, no terminará la gloria, la fama de México-Tenochtitlán”.

Cerró esto con el reconocimiento a Paco Ignacio Taibo II, autor de innumerables novelas y libros históricos, y encendió los ánimos cuando en tribuna resaltó el valor de la palabra escrita para plasmar lo que ha sido la historia del Distrito Federal.


Escribimos Nacidos para perder, pero no para transar

Paco Taibo II

Escribimos desde la ciudad que amamos y que nos enloquece. La ciudad cuyas maravillosas luces del atardecer y cuyos ciudadanos de todos los días nos iluminan.

Solemos hacerlo desde la rabia que provoca la injusticia, el abuso del poder, la corrupción, el miedo, la doble moral mojigata de aquellos que bendicen con la mano derecha y se masturban con la izquierda.

Escribimos desde la vaga sensación mutante de que nada de lo que se pone en el papel ha de alterar la historia, ni siquiera la historia personal, y sin embargo desde la clara percepción y la esperanza de que en medio de la selva urbana de antenas de televisión, alguien nos escucha y todo está cambiando.

Escribimos desde las pasiones desgastadas, y no por ello menos intensas, de los que se saben propietarios de la letra en países dominados por la perversión de la falacia de las ondas y el analfabetismo funcional; bromeamos en las ferias del libro y decimos que 60 firmas nuestras, libro incluido, se canjean por una de Maradona y dos de Hugo Sánchez.

Escribimos desde las vocaciones de la voluntad, la leyenda, la utopía, el humor negro, la sátira, el melodrama involuntario, el realismo accidental.

Escribimos como si nos fuéramos a morir si no pudiéramos contar un cuento de hadas, los delirios del presidente, la ausencia del parque del Seguro Social, la cascarita futbolera de la esquina, la resistencia tenaz de los huelguistas; como si pudiéramos convocar los fantasmas de Pancho Villa, José Revueltas y el cura Matamoros. Y efectivamente nos morimos si dejamos de hacerlo.

Escribimos como si nos fuera el alma en el intento, como si fuéramos a perder el último tranvía nocturno si no ponemos el acento o encontrar la palabra que describe el smog en las noches, cuando no es posible verlo.

Y llamamos a leer, porque fieles a las tradiciones de la izquierda, pensamos que la lectura desata la imaginación, el pensamiento crítico, liquida a la soledad y que sin duda: “verbo mata a carita”.

Escribimos porque creemos en el poder de la palabra escrita, en su insinuante capacidad transformadora. Sabemos que la literatura es el gran instrumento de destrucción de las neuronas averiadas, que es el gran barco alienígena que navega en nuestras cabezas; que nadie será el mismo después de haber leído el diario de Ana Frank, que no se puede ser racista a los 40 si en la adolescencia fuiste sandoka-salgariano, que no está mal usar como los cuatro mosqueteros la palabra “honor”; que cuando Lenin fallaba Robin Hood era infalible, que se liga mejor con los poemas de Neruda y que el conde de Montecristo es el portador de algo tan sagrado como la vocación de la venganza, el mejor de los instrumentos políticos en estas tierras.

Escribimos desde el lugar que nos ha escogido y que hemos decidido nuestro, desde una ciudad cuyo nombre evoca temblores, represiones, gloriosas luchas populares y que a veces nos parece el último reducto de las pasiones en un planeta descafeinado y light.

No necesitamos una cuota extra de exotismo para que nuestros lectores nos quieran, compartimos con ellos el amor por cosas reales o inventadas, como el Ajusco al atardecer, la lluvia torrencial estimulada por Tláloc, el color escarlata de los cielos, el penacho de Moctezuma, los maratones de barrio, los personajes que se cortan las venas por amor, los puestos de comida callejeros a la salida del Hospital General, la rumbosa marcha de las obreras de Medalla por Reforma, segundos antes de que las reprimieran, la sensación de que un libro es tan útil como una hamaca en la selva amazónica peruana o la idea de que el sexo es una fiesta peligrosa.

Escribimos en una ciudad en la que sólo son inmutables la virgen de Guadalupe y el osito bimbo, en su eterna falacia virtual, los 40 ladrones de Alí Babá que cobran cheque en la tesorería federal y la certeza de que ni el futbol ni la lotería, ni el voto manchado por el fraude nos harán justicia.

Escribimos sonriendo cuando recordamos que nos hemos hecho una camiseta en cuyo frente reza: “Nacidos para perder”, pero a la que sagazmente le hemos puesto en la espalda: “Pero no para transar”. Y que la camiseta de tantos años de lavarla luce sus letras orgullosamente deslavadas.

No pedimos más de lo que ya tenemos: la posibilidad de escribir y que nos lean.

Y narramos por tanto, desde la feroz y divertida rabia de los que han perdido el avión tantas veces y en tantos aeropuertos, que empiezan a recobrar el sentido del viaje.

*Discurso pronunciado ante la ALDF, tras recibir la medalla.

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